Bienvenidas al paraíso (Acerca del sur), de Laurent Cantet

Sin tensiones dramáticas, despojado de la espectacularidad del sobresalto y con actrices convincentes, el film presenta tres mujeres maduras y solas pero no resignadas, empecinadas con el mismo objeto de deseo. Algo bulle en cada una de ellas, se manifiesta en pequeños indicios que se acumulan, pero nunca explota. En el paraíso, dos Evas del Norte se disputan un Adán del Tercer Mundo, que sobrevive haciéndole las vacaciones agradables a turistas sin sosiego. Un acicate para los que creen que el Tercer Mundo, en los ’70, sólo es una mezquita para los comulgantes de la liberación social. Las hormonas de un moreno haitiano tiran más que una yunta de bueyes.
No debe ser asunto fácil hacer una transposición de literatura a cine, sin embargo Cantet puede resolver con maestría ese pase para los relatos de Laferrière, utilizando recursos simples pero efectivos. Con un toque casi de documental, poniendo a cada personaje frente a cámara para resumir su pasado, el film plantea la trayectoria de vida como clave de lectura para entender las decisiones de vida de cada personaje (o sus omisiones). Se individualizan los perfiles y luego se cruzan, pero en cierta forma estamos alertados de lo que pueden hacer estas filántropas, más o menos cínicas pero igual de calculadoras. Puerto Príncipe, a fines de los ’70, es un mercado sexual concurrido. Allí aterrizan mujeres en busca de acompañantes, como es el caso de Brenda y de Ellen, dos americanas que parecen ignorar el conflicto sociopolítico en Haití. La violencia ejercida por los “ton ton macoutes” -el brazo paramilitar que sostiene al poder de facto, bancado por los norteamericanos- es apenas insinuada. Lo que para ellas es el paraíso, para los nativos es un refugio. Suele suceder, y quizás esté en su naturaleza, que lo más parecido al paraíso nunca esté donde le ponemos el cuerpo a la cotidianeidad. Pero el conflicto siempre está latente, y es el que acaba poniendo fin a la competencia entablada entre ellas, para ver quién se queda con el moreno fibroso (Legba). Al fin y al cabo, es un conflicto en el que están implicados norteamericanos en distintos bandos, y que se libra en territorio ajeno, como casi siempre… Contra todo pronóstico, la que parecía mejor preparada para ganar o salir ilesa de la competencia, es la que termina más desahuciada. La gran perdedora es Ellen, una bostoniana profesora universitaria de literatura francesa, de las dos la más visiblemente obstinada con el haitiano. Mujer fuerte, resuelta, ventila su desprecio por lo que llama el “ciclo de la mujer”, que consiste en la predestinación del género femenino a buscar un marido para que le hurgue entre las piernas. Sostiene que los hombres son todos iguales, pero los hay unos más bellos que otros, y para Ellen el “mito del negro” parece ser una realidad. A nosotros nos queda sólo imaginarlo, ya que con el uso variable de las intensidades de luz que hace Cantet, y los planos de cámara, no podemos comprobar la veracidad del supuesto. La mosquita muerta es Brenda, quien tuvo su primer orgasmo a los 45 años, cuando en viaje al mismo lugar, pero con su marido, accede por primera vez al cuerpo del morocho disputado. Angustiada por el tiempo perdido, está dispuesta a todo por quedarse con el botín, incluso hasta conseguirle un pasaporte para que escape con ella. “En mi país los negros no me interesan, aquí son realmente otra cosa”, dice ella con tono inocentón. ¿Qué los hace diferentes a estos negros: su hábitat, su función o el hecho de que la liberación sexual sea sólo una orquesta que siempre está de gira, pero nunca toca de local? El moreno, por su parte, por más abalorios que le ofrezcan, sabe distinguir entre el negocio y el amor, y es justamente el romanticismo, entre tanto cálculo estratégico, el que decide el destino de todos, sobre todo el de Legba, por enamorarse de quien no debía. Entre tanto extranjero, la mirada crítica del nativo es sostenida por Albert, el regente del hotel donde los gigolós ejercen como tales. Su historia deja sentada que la alteridad entre negros y blancos es bidireccional, que el rencor o a lo sumo el desapego, son mutuos. Descendiente de familia nacionalista, el abuelo de Albert formó parte de la resistencia contra la invasión yankee. Por una de esas nada ilógicas peripecias del tiempo, ahora su nieto asiste a “los invasores”, que es como él entiende a estas mujeres vacacionantes en busca del placer. “Ahora los invasores no van armados –piensa Albert- pero llevan algo mucho más destructivo que los cañones: los dólares.” Un film bien contado, en unas locaciones que acompañan. Entre tanto paisaje, sin embargo, el idilio tiene cuerpo de hombre, y cuando la muerte o Haití entran de lleno en la historia, se termina la gracia. La historia de deseos concurrentes que nos cuenta Cantet, entonces, se inserta en un contexto histórico que ni la atosiga ni la deja colgada como si sucediera en un tiempo y espacio cualquiera. Ese justo medio, junto a la música y una narración de ritmo lento pero atrapante, por sus sólidos parlamentos, justifican para mí las 8 bolitas que le doy a Cantet.

1 comentario:

Martín L. dijo...

A mí también me gustó mucho Bienvenidas al paraíso (de hecho, escribí un texto en mi primer blog sobre esa película), y creo que le di un puntaje similar. Una acotación: el título original de la película puede ser traducido más como Hacia el sur (interpretado tanto en términos geográficos como anatómicos) que como Acerca del sur.
Saludos