Cloverfield, de Matt Reeves



Cuando te enfrentás a un estrepitoso bodrio, pero sabés que tiene éxito: ¿explicás por qué es tan malo lo que viste o cuáles son las condiciones que se dan para que pueda ser exitoso? Un populista podría decir que si le gusta a mucha gente es porque el producto es bueno. Un intelectual podría retrucarle mostrándole el mensaje subliminal que está escondido en el film, que esa mucha gente seguramente no podrá ver. Yo, que no quiero ser ninguna de las dos cosas, les puedo contar que al principio cabecié, luego me atrapó porque me pareció un despropósito pagar para dormirse solo, pero siempre (siempre) me taladró la cabeza hasta lograr migraña.


Es una golosina para la mentalidad búnker americana, de ahí gran parte de su éxito. Un film capaz de saciar su sed de paranoia. Todo sucede por un monstruo inconmensurable para el ojo de la cámara, que puede destruir la ciudad entera, y sobre todo sus íconos: la estatua colosal, el magnánimo puente. El monstruo interrumpe la vida cotidiana, es imposible de controlar, ante él el ejército vacila. Ejército que, por otro lado, es lo único del Estado que se ve, defendiendo y socorriendo a los damnificados. En medio de una catástrofe, el EE UU de esta película no tiene mucho que envidiarle a la Santa Fe de la inundación. El bicho inmenso e incontrolable burla todo sistema de seguridad, todo plan de contingencia.

Además, el bicho mayor tiene secuaces traidores que atacan por la espalda. Cualquier semejanza con el terrorismo fundamentalista es pura coincidencia. Aunque estén bajo tierra las prolongaciones del monstruo llegan igual, tal como si se tratara de una guerra química. Lo importantes es que, a pesar de los ataques, ellos siguen en pie. Una de ellas llora sangre, como hacen las vírgenes cuyas apariciones suelen darse en tiempos de crisis. ¿El film estaría entonces atestiguando un estado de crisis integral de la mentalidad estadounidense? ¿Qué George Lucas podrá revigorizar el relato de la victoria que tan bien construyeron los westerns, las invasiones extraterrestres, Rambo y engrandeció La guerra de las galaxias? Después de las torres caídas el apocalipsis abunda en coloridas variantes en el cine americano, si no me cree puede mirar también Alien vs Depredador 2. Parece que ya ni los deportes logran hacer creíble el discurso de la grandeza del pueblo americano, de su invencibilidad.

Están en peligro, alguien quiere destruirlos. La apariencia medio humana del monstruo ingeniado es un dato importante. Es importante para el espectador saber que alguien acecha, que es inmenso, que tiene apariencia humana, pero no es bueno saber más que eso. Lejos de los malos amarillos que en tiempos de Vietnam abundaban en el cine, o de los cabezas con turbantes que asediaban al pobre Silvester Stallone, ahora no puede identificarse bien de qué enemigo se trata. No tiene una etnia, una religión o una lengua determinada, por lo cual el enemigo podemos ser todos los que no somos libretistas de cine americano. Incluso el monstruo puede estar dentro tuyo si perdés el control. Esta posibilidad de que cualquiera sea un potencial enemigo, de más está decirlo, justifica que haya marines estadounidenses en todos lados, porque nunca se sabe...

Como si no fuera poco tanta cámara a mano alzada, tanto jadeo y correteo, lo peor llega de manos del artilugio narrativo del film. El caso es que la filmación de la catástrofe se realiza sobre un cassette ya usado, donde se registra un tierno día de amor entre dos de los siniestrados. La cinta, recuperada por el Departamento de Seguridad del Estado, entre medio de tanta muerte y desolación, tiene destellos de melosidad. Los enamorados que usaron el cassette por primera vez aparecen en el mismo subte donde pueden perder la vida, y se miran embobados en la vuelta al mundo de un parque de diversiones. El contraste es tan logrado, tan...Al final me dió ganas de salir cantando “El amor es más fuerte”, a lo Tanguito, pero en la sala éramos cuatro y el show no tendría sentido.

Es distinto de La guerra de las galaxias, donde la tecnología sublimaba y la masacre era en la pantalla un placer triunfal y purificador. La tecnología espiritualizaba, ahora el monstruo diseñado digitalmente sólo destruye todo lo que toca. Encima tiene el mal tino de no pisar la cámara que dejaron los protagonistas muertos, porque sí -¡tomen, se los digo!-: se mueren todos. Si el monstruo hubiera sido un poco más poderoso, nos ahorraba de tener que ver semejante basofia.

En resumidas cuentas, el film es un buen ejemplo del hábito consumista, y dentro de este, del consumismo de paranoia. El círculo no puede cerrarse de mejor manera. Los hombres crean monstruos que puedan explicar sus temores, las cosas que no entienden o sus pesadillas. Cuando ese monstruo se vende bien, el gol se hace de media cancha. Lucrar con el miedo pareciera ser un mercado sostenible y que puede explotarse con poca inteligencia. Fijémonos incluso más cerca, en el diario El Litoral, al que leo con la angustiosa sensación de que mañana puedo estar yo en titulares, muerto a manos de sicarios.

Un film incalificable, incluso para el elemental sistema contable de las bolitas de paraíso.

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