Flandres, de Bruno Dumont

Yo no me he vuelto monotemático, sino que en el cine contemporáneo hay una especie de reverdecimiento de las relaciones triangulares. Pareciera que asistimos nuevamente a la vuelta de cierto realismo avaro, preocupado más por mostrar, de manera económica, “tal cual es” una cosa, que por analizar las razones de que sea esa y no otra su forma de ser. El “tal cual es” siempre ha dado discusión, más que nada después de que se dijo que el lenguaje es opaco y que la mirada selecciona lo que ve. Puede ser que sea el caso de este film de Dumont, donde habría que ver cuánta fantasía esconde el retrato realista de los campesinos. Una sana desconfianza al mirar el film sería justamente esta: ¿mostraría lo mismo un director que fuese campesino como los personajes?
El tratamiento del relato demuestra la fuerza condicionante del ambiente sobre la conducta de los individuos. El inicio mismo del film nos da la pauta: nos ubica espacialmente primero, en una toma de considerable duración, y después aparece el personaje. Cuando se van incorporando los demás personajes, se advierte que el silencio y la lugubredad no son sinónimos de soledad en el mundo rústico. Se hablan poco, y cuando lo hacen es por un objetivo puramente instrumental: conseguir un efecto. El deseo no se enuncia, y lo que se ve parece más un ejercicio memorístico que una práctica creativa. Entre ellos la sexualidad es mecánica; no hay una relación sexual sino un hombre masturbándose dentro de una mujer.
Las habladurías de la gente –o el infierno grande del pueblo chico-, por otro lado, son otra forma por medio de la cual el ambiente social controla la conducta de los irreverentes. El caso es que una de las campesinas es despechada y sexualmente accesible, ganándose entre los suyos el mote de “ramera”. Algo de esto ya había mostrado Lars Von Trier en Contra viento y marea, film en el que recurre a la imagen bíblica de la pecadora apedreada, cuya historia personal era bien frondosa. En el film de Dumond, por otro lado, el tratamiento es más bien lineal: ante la tentación de un hombre ajeno al triángulo, ella parece sobreponerse negándose a su avanzada, pero la elección no le dura demasiado tiempo. Al fin y al cabo, está destinada a transgredir y padecer sus consecuencias más obvias, a saber, la locura y el confinamiento. Reprimir los deseos para obedecer a los mandatos sociales implica quedar propenso a la locura. En este punto, el relato es bastante lineal.
Ese ambiente denso, donde parece no suceder nada, es una imagen típica con que se contrasta la vida frenética de las ciudades y la vida apacible del campo. Dumont, sin embargo, invierte la imagen, dándole la palabra al campesino para juzgar a la ciudad. En un diálogo entre las dos campesinas protagonistas, una interroga a la otra si anoche vió la televisión, y ante la negativa de su interlocutora comenta resuelta, “nada cambia”. ¿Cómo se percibe la quietud si no es por una idea previa de movimiento? ¿Qué cambia en sus vidas y hacia dónde como para poder reconocer el estancamiento que observan en la televisión? Como si se tratara de un espejo, el campesino y el habitante de la ciudad (representado en este caso por la mirada del director del film) piensan lo mismo el uno del otro.
Justamente, en un mundo donde nada parece suceder, el conflicto se resuelve fuera de él, en la guerra. La contienda bélica, acontecimiento capaz de cambiar al hombre y dejarlo sin palabras para contarla, es también una bendición. Entre tanta inacción por parte de los individuos, la solución del conflicto corre por parte de este acontecimiento que ninguno puede controlar individualmente, pero que puede decidir sus destinos. La guerra resuelve el problema triangular.
Durante la guerra librada en lo que pareciera tierras del islam, estos campesinos belgas violan a una mujer, mostrado en plano largo. Visualmente, el plano largo aumenta la indefensión femenina en medio del vasto y desolado paisaje, y hace difícil individualizar la culpa. Son cuatro soldados violentando a una mujer. Ahora bien, la situación parece una continuación de sus relaciones sexuales acostumbradas, donde el consentimiento o el goce del otro no cuentan demasiado. Entonces, desde esta perspectiva, ¿violan, es decir, transgreden una regla de convivencia, o son fieles a su costumbre? La venganza de la mujer, asimismo, ¿es un asesinato o es un acto de justicia, es decir, de restitución del equilibrio trastornado por el daño? ¿Qué riegos se corren cuando en un encontronazo cultural (belgas/islámicos) se mira desde el “punto de vista del nativo”? Dumont es muy bueno en eso, en despojar la acción de cualquier razón por parte de los personajes, para aligerar la necesidad del juicio moral, pero hacerlo difícil por el mismo silencio.
Un buen film para quien pueda disfrutar de los silencios y no tenga urgencias. No tiene el mismo tenor estético que La humanidad, film con el que Dumont ganó en Cannes en 1999, pero por su manera sencilla y clara de hacer antropología, se merece 8 bolitas de paraíso.

No hay comentarios: