El sabor del edén, de Michael Hoffman


Este film alemán, que uno compra engañado como si fuera una comedia, es todavía más que eso. Es una propuesta interesante para aquéllos que no creen en la posibilidad de una erótica sin sexo; un guiño para quienes sostienen que el amor no es sino un proceso de deslumbramiento; y una resolución clásica para una relación triangular donde las formas de amar oscilan entre la gratitud y la violencia, pero esta vez integrando un medio novedoso, como la gastronomía, y un personaje atípico para el cine, como el chef obeso. El film logra resolver con destreza las transiciones entre el machismo agresivo, los momentos de emotiva sencillez y la consumación de la venganza final. Elementos todos que complican el rótulo de “comedia” a secas, sentándole mejor el calificativo de “comedia negra”.

La triangulación afectiva que plantea el film, se distancia de las triangulaciones que hicieron célebre a Dostoievsky, por poner un ejemplo. En todos los triángulos del escritor ruso, el fin es menos arrebatar a la amada de brazos del mediador que recibirla de él y compartirla con él. La presencia del rival es indispensable. Si ese rival trata de alejarse y desentenderse, el sujeto hará todo lo posible para arrastrarlo de nuevo a la situación. El sujeto es incapaz de desear por su propia cuenta; no tiene confianza en una elección que sea sólo suya. Necesita al rival porque únicamente éste puede conferir a la mujer amada el valor que ella tiene a los ojos del sujeto. Si el rival desaparece, ese valor también desaparecerá.

La historia del film de Hoffman está en las antípodas de este tipo de relato. Cuando el marido de Edén cae en la cuenta de que ella visita al chef obeso un día a la semana, mientras él concurre con sus amigos a un cabaret, cuando descubre sus andanzas, se desestabiliza. El marido tiene conciencia de su inferioridad de condiciones respecto del chef, a quien considera una estrella. Sabiéndose un fracaso como abogado, abocado a la enseñanza de danza y natación para ancianos, y cuestionada su elección marital por el padre, los argumentos para sostener un boicot a su autoestima los tiene al alcance del puño. Como tiene al alcance del puño lo que se interponga entre él y su propiedad (o esposa). En este caso, a diferencia de la literatura de Dostoievsky o de la experiencia personal de Nietzsche, para que su pareja siga existiendo, necesita que el rival desaparezca.

Lo que sucede entre el chef y Edén pone a prueba la racionalidad occidental, sentada sobre la omnipotencia del órgano ocular y auditivo, y descreída de la potencia del olfato y el gusto. No se trata de una cocina que pueda llamarse erótica, sino de una erótica del gusto, de la capacidad de multiplicar incesantes reacciones en otros sentidos a partir de la estimulación de uno en particular. Parece una puesta en práctica del principio de Chamfort que dictamina: “Goza y haz gozar, sin hacer daño ni a ti ni a nadie, he aquí toda moral”. El goce es aquí gastrocéntrico, centrado en la capacidad doblemente nutritiva del alimento, al ser capaz de generar resultados inesperados, como un embarazo.

Que el personaje sea un chef obeso, distante de la imagen típica del sex symbol seductor, es un buen punto para demostrar la igualdad jerárquica de todos los sentidos respecto de la vista. Pensar en ella a él lo inspira, y para ella sus encuentros son un remanso en el cual se permite ser algo más que mujer-madre y ama de casa. Este deslumbramiento, contrario a lo que podría esperarse, no la confunde ni desgasta los sentimientos que dice tener por su marido. La explosión de placeres disparados por la comida del chef no la enceguece, no pierde por ello su capacidad de discernimiento. Esto distancia a esta historia particular de aquellas donde el deseo y el placer son una celada, y la ubica más cerca de la inteligencia del sentir.

Lo tácito entre los dos hace engorrosas las escenas, porque se espera que eso que ocurre dispare para algún lado entre la consumación o el rechazo. Sin embargo, es solvente la forma de buscar lo diferente en lo mismo. La situación de degustación que entre ellos se repite, nunca es idéntica, porque cada una de las veces el director decide reparar en algún elemento particular: en los ingredientes, en las reacciones, en el proceso de preparación del plato, etcétera. De tal manera, el ritmo desacelerado de la historia no resulta tedioso. Y la ambigüedad propuesta durante la mayor parte del tiempo, que podría ser una contrariedad para quienes tienen urgencia porque las cosas se resuelvan, se cierra con una sorpresa genial, de fino humor negro. Una vez más, las cosas caen por su propio peso…y no les voy a contar para que la vean.

Por lo expuesto entonces, y habida cuenta de que el tema es poco común y el tratamiento es formalmente prolijo, le vamos a dar al film 8 bolitas de paraiso

1 comentario:

yo-claudio dijo...

La película es maravillosa y me ha emocionado. Comparto todo lo que dices, sigue escribiendo.