Ayer otra vez, de Johnie To

Las historias de amor no abundan en el cine chino, al menos en el cine chino que se distribuye en Argentina. Por esa sencilla razón, Ayer otra vez es una agradable sorpresa. No contento con eso, el film es además una historia de amor muy bien contada, una metáfora ajustada que recupera los rasgos característicos de una relación amorosa, pero los refigura.
La historia tiene la potencia de una historia de amor contada descorazonadamente, revisando mitos románticos. Ese desengaño, contrario a lo que podría creerse, no pierde ternura; muy por el contrario, todo el desengaño es un artificio para una causa noble.
El relato presenta un conjunto de cleptómanos millonarios con destreza
para hacerse de los bienes ajenos. Una pareja disuelta, un tercero en
cuestión y una suegra, son conflicto asegurado. Lo novedoso es la forma en que el conflicto se presenta, la intriga con que se desenvuelve y la revelación final. En el amor todo vale, si se ve la película al revés se puede concluir el amor es un fin que justifica cualquier medio.
Entre los postulados románticos acerca del amor, el principal es la igualdad de los amantes, que la Modernidad entiende como un tipo especial se sujetos contractuales. El que da espera ser correspondido, y a la hora de la discusión siempre hay a mano un balance de sumas y saldos. En este film, por el contrario, los dos amantes están dispuestos a poner en discusión el reparto de la torta en todo momento. El botín tiene que repartirse en forma proporcional al trabajo que cada uno invirtió para conseguirlo; si no hay justicia, se rompe el acuerdo. Incluso cuando se sirven vino lo hacen de forma asimétrica. No hay amor desinteresado sino ambición; y si es deber que entre los amantes se conozcan hasta las miserias, uno de ellos sabrá cómo hacer con ese dato para tener al otro entre sus manos.
La trampa y el ocultamiento son la forma por excelencia que estos personajes tienen para hacer cosas por el otro. Cuando los románticos sobreestiman la transparencia, la frontalidad y la fidelidad, el director, desde la vereda de enfrente, nos muestra la precision con que estos amantes se embusten uno al otro. La materia prima de los engaños es incluso el humor negro, que asoma cuando uno de ellos es capaz de fingir una enfermedad para lograr su cometido principal: saber dónde su amado adversario esconde el preciado collar robado a la hipotética suegra. Entretanto, esa indagación mezquina se mezcla con preguntas que revelan la fragilidad que hay detrás de la ambición: ¿me seguís queriendo?
La trampa queda moralmente exonerada cuando la justifica la esperanza, argumento que esgrime uno de los amantes que busca asegurarle al otro su futuro, por si acaso él no está para vivirlo juntos. En esa trampa mutua, plagada de complicidad, el deseo queda expuesto acorde a su talla. Mantener el amor implica poder pilotear la aleatoriedad del deseo (su incapacidad para estarse quieto en una sola cosa) sin contraponerse a ella. La cabeza se inventa amantes imaginarios para serle fiel nada más que a uno, y esa infidelidad es absolutamente humana. No hay entrega absoluta en esta version desengañada del amor, no hay ceguera ante otros cuerpos o alternativas. Antes bien, hay un trabajo constante para reconquistar el deseo del otro.
La metáfora del amor como un juego donde se apuesta sin temor a dejarse ganar pero con la angustia de poder perderlo todo, está expuesta de manera excelente. La falta de algo como precondición del amor es un planteo difícil que sin embargo se resuelve con multiples ejemplos claros. Si bien hay algunos problemas de actuación, la iluminación, el vestuario y las locaciones son el complemento exacto para esta historia. Una puesta en escena más bien clásica para un film que tiene su mayor osadía en la narración,
se merece 9 bolitas de paraíso.

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