La vida de los otros, de Florian Henckel-Donnersmarck.


La vida de los otros se suma a la ristra de films que están reconsiderando la Historia de Europa del Este durante la época del “socialismo real”, o sus legados. La lista de films la podría encabezar Good bye Lenin, seguir Bucarest 12:08 y continuar ésta, dejando los puntos suspensivos.... Si la temática es premiada con un Oscar, seguramente seguirán saliendo más films que aporten miradas distintas sobre este tema. No obstante esto, La vida de los otros es un gran acierto: de guión, de actuación y de puesta en escena.

El film transcurre en 1984, lo cual no es para nada gratuito. Por el contrario, la referencia orwelliana anticipa y describe bien lo que va a verse. La historia es la de un dramaturgo aparentemente funcional al Partido Comunista que detenta el poder en la Alemania Oriental, a saber por la referencia temporal, 5 años antes de la caída del Muro de Berlín. Época caliente para la Guerra Fría, lo que se observa es el ejercicio de un poder que se pudre desde adentro, raído de legitimidad y temeroso de desbarrancarse. Los regímenes políticos de Europa del Este se aposentaron sobre tres bases principales: el Partido, el Ejército y la Policía Secreta. En estos regímenes mantenidos a presión, como pasa con las ollas, cualquier bocanada de aire fresco puede generar explosión. Por tal razón es que hay que controlar de cerca a los artistas e intelectuales, como sucede en este film.

Los bandos están identificados nítidamente: a un lado el poder instituido, que viste con colores apagados y es la patria vil de los autómatas; y del otro lado los contestatarios creativos, agrupados por afinidades electivas, que son la patria del libro. Los grises entre estos dos extremos son los que deciden la suerte del film, como queda claro cuando uno de los viles, sensibilizado por la patria de los libros, decide el destino del protagonista. La nitidez con que se definen los bandos opuestos, simplifica el reconocimiento del “sistema” al que se oponen. De igual manera, no es la oposición la que resuelve el guión sino ese mismo sistema que implosiona, se descascara de manera lenta pero sostenida. En este punto es bueno que los malos no lo sean tanto ni los héroes tan abnegados. A un lado y al otro, flaquezas humanas.

El film acierta en mostrar la forma en que se puede resistir “desde adentro” de la estructura de poder, haciendo la mueca del obediente y al mismo tiempo serruchando el piso por lo bajo. La relación entre los intelectuales y el poder, en este film, no queda expuesta como la confrontación de dos proyectos antagónicos puros, entre un ideal impoluto y la vileza de los poderosos. Como suele hacerlo el cine épico. En contraposición, el intelectual y la artista transigen y resisten en diferentes intensidades, como pasa en las más verídicas de nuestras vidas cotidianas. La resistencia, entonces, tiene la textura de algo impuro, de una negociación constante donde hay que revisar los supuestos y los objetivos que nos orientan por estar “adentro”. Dejo este punto acá porque esto parece una sesión de terapia.

Es menos acertada la obscenidad con que se trata la resistencia del escritor en la clandestinidad. Esos grises que tiene el planteo más general, se difuminan cuando lo que se expone es un ejemplo particular, aunque sea eficaz desde el punto de vista narrativo. El film ganaría en sutileza e inteligencia si en la sociedad de control que describe, la crítica se colara entre líneas en los textos dramáticos que el Partido le aplaude a este intelectual, más que en su estudio sobre los suicidios que se incrementan, que como texto opositor es casi pornográfico. Digo esto porque sino siempre terminamos creyendo que los críticos más comprometidos son los que hacen más barullo, y hacemos como el poder marginando a los que hicieron menos marketing de sí mismos, aunque poblaron sus obras con pequeños “gestitos de idea”.

No crea que este cuestionamiento le quita mérito al film, que es muy prolijo en su clasicismo, y exuberante en cuanto a la dirección de actores. El personaje del espía es una composición actoral de excelente calidad. Mezcla en la medida exacta el automatismo inexpresivo del burócrata con el placer que le produce escuchar la vida de los otros. El actor hace oscilar la maldad del malo entre la enajenación de un trabajo hecho por encargo y el placer que le produce tener acceso al mundo privado de una figura pública. Su máscara neutra y el gesto controlado, de económica expresividad, son claros índices de una personalidad compleja, capaz de mantener el suspenso hasta el final, cuando se descubre si la posición que quería ocupar es igual a la que le tocó en suerte. Los demás personajes son muy buenos también, es decir, son un justo paisaje.

Viendo al film en perspectiva, para concluir, esta propuesta se suma a la revisión de la historia reciente del “socialismo real”, sin caer en la leyenda rosa o en la leyenda negra, sino buscando los grises que tanto nos gustan. Plantea al poder lejos de ser un monstruo omnímodo sino como un tema de toma y daca, de posiciones que se pueden negociar más que de un dato fijo, estipulado de antemano. El poder produciendo subjetividades y la subjetividad como poder, en una dinámica opaca y llena de matices, como pasa en todo round donde contrapoder se enfrenta con lo instituido. Le damos al alemán este 8 bolitas y media.

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