Calles violentas, de Wong Kar Wei


Filmado en 1988, este film es la opera prima de este director chino, el anticipo de algunos rasgos claros de su estilo, invertidos para contar una historia acostumbrada para el cine de esa época. La Era Reagan fue profusa en films que retrataban a las pandillas urbanas y sus negocios mafiosos, justamente porque durante la presidencia de Reagan en EE UU la ilegalidad conoció un auge. Scorcese fue sin duda un adelantado cuando en 1973 estrenó Calles peligrosas. Por su parte, Wong Kar Wei, del otro lado del mundo y varios años después, nos ofrece una historia de gángsteres paisanos suyos, que es casi una antropología de la mafia, con una puesta en escena impecable.
Al comenzar, un conjunto de pantallas de televisor nos muestran el cielo. Llegado el final se cae en la cuenta de que, en ese clima de violencia, la única forma de ver el cielo es a través de una pantalla. La mafia opera de noche y al ras del suelo, cuando el resto de la gente duerme se están arreglando las cosas que sostienen al orden que la gente disfrutará cuando despierte. A ese submundo el director lo describe narrativa y visualmente de forma magistral, pendulando entre la violencia descarnada y su estilización por medio de la iluminación y la propuesta de cámara. Las grescas no son como en cualquier film de poca monta; en este parecen coreografiadas.
Digo que es casi una antropología de la mafia porque exhibe el funcionamiento de los grupos en su hábitat con sumo detalle. La organización grupal tanto para la acción pandillesca, como para la defensa ante una agresión, traza sus propias jerarquías, códigos y modalidades de ascenso. La corporación mafiosa, organizada como una hermandad, está comandada por un Padrino y el resto son todos hermanos, pero hay hermanos mayores y hermanos menores, hay quienes tienen más dinero y años en el paño que otros. La hermandad configura una especie de familia sustituta que provee recursos, cuida de sus miembros y le establece obligaciones. Al interior de cada grupo se establecen códigos de convivencia y ritos de pasaje acorde con valores tradicionalmente relacionados con la umbría: la valentía, el honor, la fuerza, la resistencia. La mafia en el cine es casi siempre cosa de hombres, y cuando interviene una mujer es para conflicto. No hay que olvidar que los antecesores directos son las milenarias sociedades secretas chinas, y la exclusión de la mujer era moneda corriente en la mayoría de ellas. Los grupos mafiosos, además, tienen administradores y mecanismos claros para distribuir la torta, regidos por un sentido propio de la justicia. Si algo queda claro es que nuestra política no está emparentada con estas corporaciones mafiosas, por más mafiosa que sea nuestra política. Hay humillaciones de las que no se vuelve, y una de ellas es perder el honor por dinero. Nosotros, en cambio, podemos enumerar buena cantidad de políticos que no sólo han vuelto sino que han reincidido en su gracia. En este film, a diferencia de nuestra realidad, basta perder el honor y la decencia para que se desarticule una hermandad mafiosa. Con el telón de fondo de la mafia se cuentan dos historias principales que corren en paralelo pero indefectiblemente se cruzan. Una historia de amor entre primos, y vale recordar que la moralidad china no es la misma que la nuestra; y las peripecias de un Gran Hermano para salvarle la vida a su hermano menor. El tratamiento de las historias subraya algunos puntos que pueden encontrarse en todos los films del director: el amor produciendo un cambio necesario en la vida del amante, que con él atraviesa el tiempo y elude distancias. Algo parecido se puede ver en Con ánimo de amar y 2046, dos films en orden de excelencia del mismo director. Aún cuando la historia esté bien contada, la puesta en escena es lo mejor que tiene la película. Con la luces se componen climas y se trabajan los diferentes planos que conforman el espacio encuadrado, sugiriendo la profundidad indicada por la perspectiva. La coloración lumínica que prevalece es roja y verde, como en el resto de la filmografía de Wong Kar Wei. El equilibrio de colores (rojo y verde) y valores (blanco y negro) y el control de las sombras producidas adrede por la ubicación de las fuentes lumínicas, tienen la precisión de un cuadro impresionista. Incluso porque en los cuadros impresionistas importa más el comportamiento de los reflejos de luz que el contenido del cuadro. Hay en este director una preocupación por el detalle, por otorgarle a la cámara la fluidez de la mirada humana y por componer una situación hilvanando retazos. ¿Qué trayecto hace una mano antes de gatillar? ¿Cómo se mueve una cortina durante el crimen? Eso que una descripción por escrito sería casi media página, este director lo hace en décimas de segundo. El juego entre lo que observa quien está en medio de la acción, la mirada ajena a los personajes pero cercana a ellos y un tercer ojo que observa alejado sin involucrarse, es la puesta en concreto de una máxima. La realidad es la suma de los puntos de vista desde la cual se la puede observar. Y esto aún cuando el film se distancie del realismo clásico, como lo hace, por ejemplo, cuando el sonido de los golpes que se dan entre los personajes se agrega por montaje, como en los clásicos films de acción. En suma, por hacer un film capaz de gustarle al señor que deliró con Rambo y Terminator, pero con la impagable fineza de su estilo, le damos a Wong 9 bolitas y media.

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