Cambio de dirección, de Emmanuel Mouret

Hay dos extremos bastante definidos en cuanto a formas de contar una historia en cine: hay historias que eslabonan muchos acontecimientos en un proceso donde un acontecimiento lleva al otro, uno al otro, y así; y hay otras historias donde los sucesos son pocos pero cada uno de ellos tiene más espesor. Entonces, un extremo tiene más que ver con la narración propiamente dicha, y el otro con la descripción. Cambio de dirección está entre estas últimas, es de esas películas que se cuentan rápido si alguien te pregunta de qué se trata, pero que si no la ves te perdés de esos detalles que no se pueden contar.Los perfiles de los personajes son bien claros, como suele suceder en este tipo de historias que ahondan en cada uno de ellos. Ella es desfachatada, juega con el doble sentido y se enamora fácilmente de gente sofisticada sin su consentimiento. El también es enamoradizo, a medio camino entre la ingenuidad y la liviandad, su actitud ante las cosas es la de quien contempla sin inmiscuirse. De antemano se sabe que terminarán juntos, pero eso no importa tanto. En esta historia previsible lo que importa no es justamente eso, nuestra capacidad de predicción, sino la descripción de sus mundos pequeños, de sus mínimas costumbres que sean capaces de lograr la identificación del espectador.
Con personajes tan frágiles y un poco de sensibilidad de parte de quien observa, la identificación está asegurada. Entre la gran diversidad de los seres humanos están los que escriben su destino con fibrón indeleble, los que esperan que el destino se manifieste porque así está escrito, o los que se preguntan de qué se trata el destino y si es verdad que existe. Los personajes de este film oscilan entre estos dos últimos tipos: cuando todo está dispuesto como para que el suceso se consume, llega otro personaje o situación imprevista que lo impide. Sus fragilidades nacen en la intersección entre fuerzas determinantes que no pueden controlar y una escasa voluntad para torcerlas en su favor. Esa fragilidad los hace tiernos, y cualquiera de nosotros tiene algún deseo que no puede concretar.
Más allá de que no se asemeje a la historia de vida del espectador, de infortunios por el estilo se siente parte cualquier ser humano. Porque si hay algo que nos unifica es que todos somos menos de lo que queremos ser. Más acá de eso, hay una historia, y es la de los que entran al amor por la puerta de la amistad. Es decir, que no deslumbran a primera vista, que no shockean a nadie sino después de un trabajo de hormiga, y hasta a veces sin la pretensión de shockear. La historia de un “obrero del cariño” que desde su experiencia declara que “uno nunca está tan solo como cuando está enamorado”, efectivamente, no es más que él y su corno francés, por culpa del cual conoce a quien se entrega como al amor de su vida.
El infortunio con esta mujer alternativa a la primera conocida, con quien comparte su casa, y la vuelta a la primera de ellas una vez perdida aquella a manos de otro, es una forma narrativa de la comedia romántica que inauguró Hollywood. La pícara puritana o La pecadora equivocada son dos ejemplos del cine de Hollywood donde se cuenta esta historia, pero este contemporáneo lo hace con un protagonista masculino, que dicho de paso es el mismo, que guiona, actúa y dirige. Más cercano al director en cuestión está Eric Rohmer, cuya serie de cuentos morales exhibe personajes que se pierden de la senda del amor ideal abandonados a sus pasiones, hasta que se reencauzan, como sucede en Mi noche con Maud. Estos antecedentes no hacen de Mouret un transcriptor, o como les gusta a los artistas de hoy, un “reversionador”. Mouret se desmarca en forma acertada al revertir las posiciones del orden y el exceso en cuanto a sus personajes: la mujer que distrae al protagonista no es la más exhuberante y osada, como sucede en los relatos clásicos. En este film sucede todo lo contrario.
Respecto a la puesta en escena, la música de compositores clásicos simboliza una puesta apolínea y exacta, sin ningún encuadre fuera de lugar o movimientos de cámara que estén de más. Para mi gusto personal al film le falta un poco de aura, o eso que tiene que ver con la implicación emocional, eso que algunos espectadores refieren como el “me llegó”. Eso que cuesta poner en palabras pero es tan inefable como necesario. No obstante, aura más aura menos, el film es poco arriesgado pero la historia está bien contada, termina antes de que te inquietes, y la fotografía es muy buena; por todo esto se merece 7 bolitas de paraíso.

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