Borat, de Larry Charles


Borat es una suma de excesos bienaventurados. Planteado como un documental, pero de mentirita, el film es el recorrido de un periodista de la televisión kasaja por EE UU, la engañosa tierra prometida. Borat es un personaje ficticio, interpretado por el humorista inglés Sacha Baron Cohen, nacido en este país de Asia Central, último en independizarse de la URSS. Este dato puede parecer trivial, pero el documental por el cual viaja Borat es un encargo del gobierno nacional kasajo, y el destino de su viaje es EE UU, el corazón que algunas décadas atrás sostenía al antagónico Occidente. No obstante, nos asegura el documental, la realidad del país del norte no llega a los talones del discurso de la diferencia.

El recurso de la oposición es muy logrado: Borat viaja a EE UU porque cree que es el país más civilizado, pero, paradójicamente, el contraste con su misoginia, antisemitismo, xenofobia y demás vicios, no es el contraste que uno esperaría. Que uno espera teniendo en cuenta la filosofía de la tolerancia del pueblo que se promociona elegido. El punto de vista del foráneo revela los supuestos de la sociedad que transitoriamente habita, al ponerla frente a frente con la diferencia. Borat profesa su intolerancia sin tapujos: aborrece a judíos y gitanos; ridiculiza a las feministas dispuestas a escucharse sólo a sí mismas; se angustia por la contradicción entre la vida pública y privada de sus héroes. La contraposición, que no es tal, revela una verdad: la línea que divide no está entre los estadounidenses entrevistados y el kasajo Borat, sino entre lo que los estadounidenses son y lo que piensan de sí mismos.

El film invita a reírse a partir del deber-ser, dejando a ese ideal siempre supuesto. Basta con estar un poco informado de las acciones del imperio y sus justificaciones para que lo que plantea el protagonista resulte gracioso. En el objetivo del film consignado por Borat ("conseguir que las grandes compañías norteamericanas vengan a mi país ya que tenemos los niños de siete años más trabajadores del mundo") queda resumido el recurso irónico para componer la comicidad. Borat se preocupa por ser todo lo políticamente incorrecto que puede, incluso ante el público del film, que ante tanto exceso resulta ser timorato. ¿Quiénes son los hipócritas entonces?

La reputación es un juicio que relaciona dos ámbitos del actuar de una persona: el público y el privado. Lo que dice ser ante los demás y cómo abona esa figura (o la descompone) fuera de la mirada de esos mismos. La elección de Pamela Anderson como ejemplo es ajustada para tratar este punto. Borat se enamora de la guardavidas de Baywatch, la rubia escultórica, y emprende una travesía para encontrarla y casarse con ella, le guste o no. En ese trajín resigna su deber de documentar las costumbres del país ejemplar para dedicarse a cumplir su sueño de encontrar a Pamela. En el viaje se encuentra con el video porno que Pamela filmó junto a Tomy Lee Jones. Sobreviene el cortocircuito entre el deber-ser de esta blonda que se le antoja como madre de sus hijos, y lo que ve en el video, que es a la rubia ejerciendo su sexualidad presa de otro. El problema de la contradicción queda entonces expuesto en otra escala.

Borat es lo que podría llamarse un “personaje diagonal”. El humorista bajo su máscara hace el devenir-farsa del mundo, atraviesa los espacios devastándolos con su astucia, jugando con lo imprevisible y las reacciones que suscita. Vuelve contra sus utilizadores naturales todos los lugares comunes, todas las certezas que venden al resto del planeta. El personaje diagonal nos muestra que la necesidad de lo real (la tolerancia cultural, de género, política y etcétera) puede ser vista y desmontada como un puro discurso cuya finalidad es legitimar la conquista del mundo. Mundo que no se parece al que describen en el cine, como dice Borat. Pero mundo que, sin embargo, puede dejar que se rían de él e inocular esa actitud, porque la distribuidora del film no es nada más y nada menos que la FOX. La FOX aceptando que ironicen sobre ella misma, la FOX tolerante.

Si hay que evaluar la formalidad, el mayor logro sigue siendo que Dios, Patria y Familia, la trilogía nacionalista, es desarticulada entre risas. Lo demás está bien hecho, sin ninguna novedad en el frente. La propuesta de cámara se ajusta al registro documental, pero no resuelve la transición entre el documental hecho por encargo y la historia que se cuenta a la par, mientras el encargo se realiza. No hay ninguna referencia que aclare que se trata de un back stage, y que por eso podemos ver lo que ocurre mientras la cámara que registra lo encargado no está encendida.

El diseño gráfico, por otro lado, es muy bueno. El menú del DVD continúa el engaño al ofrecernos opciones de chasco, como el idioma hebreo. En este mismo aspecto, el parentesco de estilo con la gráfica bizarra, que salta a la vista en la primera ojeada, es un buen adelanto de lo que habrá de verse. Un film que restituye el valor político de la comicidad, por su risa sardónica e irrespetuosa, que hace que Charles se merezca las 9 bolitas de paraíso que le vamos a dar.

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