Ruido, de Marcelo Bertalmío














Con el humor pueden decirse las cosas que suenan más insoportables al oído, pero pasar livianamente. Eso no aleja del peligro de que lo dicho livianamente, pueda hacerse insoportable.
Como es el caso de este film. Una coproducción española, argentina y uruguaya, una apuesta al humor absurdo que tiene todos los gags habidos como para hacer reír, pero de intenciones nadie vive. Estos gags no alcanzan para salvar la falta de ritmo, las imperfecciones técnicas que no pueden pasar por artificios puestos adrede y la composición recargada de los personajes principales.
Basilio, uno de los protagonistas, es un antihéroe que facilita el trámite de identificación del espectador: torpe, guampudo, perdedor; tiene los ingredientes que lo hacen simpático para todo público. Como está al borde del suicidio, su condición humana activa la lástima, pero la resolución de su conflicto entre elegir la vida o la muerte, no se resuelve sino al final del film. Entretanto, vemos una serie de didascalias (o indicaciones temporales escritas, del tipo “5 horas antes” o “72 horas después”) que demuestran lo importante que es aprender a sugerir antes que a señalar con el dedo. Cuando la imagen no puede dar cuenta por sí sola del paso del tiempo, y más en un film que se cuenta para atrás, hay algunas cosas por rever.
No es lo único que hace ruido en el nivel de la narración. Por momentos, el humor absurdo se construye con demasiados recursos probados, mechándolos con ironía poco pulida. Hacer humor con la sensibilidad social, poniendo entre paréntesis a la moral pacata, exige, al menos, diálogos cuidados. La apuesta por naturalizar (o hacer como si fuera normal) el hecho de que los chicos de la calle consuman pegamento, o que los municipales sean cocainómanos en horario de trabajo, es buena apuesta si se pretende generar algún tipo de conciencia crítica. Pero cuando el humor se sostiene siempre sobre transgresiones a las reglas establecidas, por personajes ingenuos o locos lindos, el recurso se agota.
Lo mismo sucede con los otros recursos, usados hasta el hartazgo. La exploración del límite de lo verosímil, el cuestionamiento de lo útil y necesario, la explicación sobrenatural para las cosas, la humanización de los animales y las variaciones sobre frases hechas, son herramientas eficaces para hacer reír. Es cierto también que en contados momentos el film amerita una buena carcajada. El problema está en que los gags se pisan la cola entre ellos, y lo que se amontona no se aprecia.
Bertalmío se ríe de la estima que la sociedad en que vive le confiere al título profesional, que suele ser más una inversión para conseguir status social que un certificado de saberes adquiridos. Ridiculiza el valor liberal de la profesión, mientras critica a la abultada máquina burocrática del Estado. Los protagonistas son Inspectores de Ruidos, una profesión ridícula, fruto de una burocracia estatal que se expande contra toda lógica. Basilio y el otro Inspector persiguen a un ruidoso que no existe más que en la fantasía de uno de ellos, como la Dulcinea del Quijote. Casualmente, el Estado se expande de modo similar: si el problema que amerita un nuevo funcionario no existe por derecho propio, hay que crearlo. Creado el problema, se justifica la existencia del burócrata.
En general, hay situaciones humorísticas logradas, pero en medio de bromas fáciles, propias de los guionistas de Tinelli. Más ruido todavía hace el montaje, jugado al límite entre la experimentación formal con la discontinuidad de los planos y una exposición clásica de la historia. Si lo que el director pretendía era incomodar al ojo, para que el espectador sea consciente de las operaciones ideológicas que hay en todo encuadre y en la forma en que los planos se pegan uno detrás de otro; si lo que se pretende es develar los caprichos del dejar ver y hacer creer del cine, puede ser eficaz ese montaje caprichoso. Cuesta encontrarle sentido, pese a esto, a los momentos particulares donde el montaje se acelera y la continuidad se fragmenta. Un jodido como yo podría pensar que en una ópera prima hay que poner toda la carne en el asador porque la parrilla es nueva.
Para concluir, hay que reconocer que la intención de poner en entredicho las lógicas sociales supuestas, usando el recurso del contraste, es didáctica. Es una decisión metodológicamente eficiente, como la de quien enseña la ley a partir del análisis de un delito. El problema principal es que los personajes tienen todos y cada uno de los rasgos que expone un delincuente en un manual de derecho penal. Estos personajes tan compuestos por recargados, por otro lado, no balancean el desacierto del guionista al ser encarnados por buenos actores, cuyas performances van de mala a pésima en casi todos los casos.
Visto y considerando lo expuesto, entonces, 4 bolitas no es nada, pero quizás sean demasiado.

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