Playa marisco, de Olivier Ducastel y Jacques Martineau


Las zonas de frontera entre una identidad sexual y otras, así como los tránsitos que se pueden hacer entre ellas, han sido tratadas por el cine de diversas maneras. Desde lo cómico a lo trágico, pasando por una variada escala de grises, hemos visto a gente padecer por sus pulsiones libidinales y a otra gente capaz de extrovertir todo y vivir desde el culo, como decían los homosexuales militantes de antaño.

Playa Marisco tiene la virtud de estar en un justo medio, la virtud de no obviar los angustiosos conflictos internos de los personajes, pero interconectarlos con ajustados pasos de comedia. El film plantea cuestiones esenciales que revisa cualquier humano que se precia como tal, lo ingenioso no pasa por la temática sino por la distribución de los conflictos a lo largo de la trama y la apuesta por un planteo más centrado en la acción que en la psicología.
Cada uno de los personajes se enfrenta a los mandatos sociales a su manera, haciendo lo que alcanzan. Los preceptos de buena familia, el ejercicio de buenos padres, y las obligaciones del rol de varón, son el “deber-ser” con que enjuician sus propias formas de vida, pero también es un “deber-ser” puesto en discusión. No es gratuito que el agua de la ducha sea motivo de debate, y que los adolescentes se bañen repetidas veces. El agua es un elemento natural usado, entre otras cosas, para quitar la mugre; el agua es un elemento que no puede estarse quieto, sin fluir. El agua deja al cuerpo limpio, franco, lo libera de cualquier añadido transitorio, dejándolo en su intemperie. Este símbolo transparente se contrapone a la opacidad de los personajes, quienes concluyen, reforzando la contraposición, que a la naturaleza no se la encuadra, que su condición más auténtica es la fluidez. Para el caso, eso significa permitirse habitar las zonas de frontera entre las identidades sexuales y los objetos de deseo.
Tampoco es gratuito que el film transcurra durante las vacaciones de esta familia de clase media cómoda. Las vacaciones son ese paréntesis de tiempo en el cual las obligaciones son mínimas, y eso permite disponer de tiempo para que cada uno piense en sí mismo y en los alrededores inmediatos. Durante el relax de las vacaciones se viven amores románticos, efímeros pero sustanciosos, como pretende la Madre de familia con el juego clandestino que le propone a su amante. Durante las vacaciones, los amigos de los hijos ya no son compañeros de colegio sino que adquieren otro espesor, como entienden los ratones que roen la cabeza del Padre cuando observa al amigo homosexual de su hijo. Durante las vacaciones las cosas tienen un poco más de fluidez, porque el tiempo apremia y hay que hacerlo todo antes de que las vacaciones se terminen. El conflicto se expone, entonces, en un escenario propicio para que los conflictos internos precipiten y se manifiesten.
Los conflictos internos están latentes, pero según podemos ver por el accionar de los personajes, su estado no es estacionario sino que van en aumento. Aún así, no hay un momento, un desencadenamiento necesario en que los conflictos colisionan y explotan de manera espectacular; más bien la resolución de la trama se produce por efecto dominó, con esa inexorable cadencia. Antes de que todas las fichas se caigan, hay logrados pasajes sorpresivos, un logrado manejo del imprevisto, la insinuación y la sorpresa. Llegado el final feliz, una vez que cada uno se animó a hacerse cargo de sus deseos, todo pasó sin ninguna tormenta melodramática. Los toques de comedia musical del final son acertados para ridiculizar lo que de otro modo sería un cierre a puro Hollywood.
Al film le cae al pelo la afirmación de Perlongher cuando escribe: “Es la sublimación de la libido de contenido homosexual lo que posibilita el funcionamiento de las instituciones masculinas.” La verdad de esta afirmación la conocen bien los rugbiers y los conscriptos del ejército, que saben bien lo que se esconde detrás de sus espectáculos de virilidad. Muchos matrimonios, por otro lado, se mantienen por esto mismo. Hay una complicidad rara entre las sensibilidades de una mujer y su marido homofílico, que suele pasar por ser el mejor de los maridos posibles. Las tendencias homoeróticas del Padre tienen un signo violento, propio de la negación, sin embargo, nunca abandona su papel de marido complaciente. El contrapunto entre el hijo adolescente y el Padre, siendo el hijo adolescente el que sabe que no es gay y por eso se muestra ambiguo con seguridad, y el padre el que conoce su tentación pero se empecina en ocultarla, ese contrapunto estructura buena parte del film y a su vez explica el fastidio con que se vinculan. Una vez más es cierto que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, incluso tan próximos como dentro del cuerpo de una sola persona.
Reconsiderando, tenemos entonces una historia con conflictos bien distribuidos en algo más que una hora y media, un tratamiento con inteligentes dosis de humor, que no roza lo melodramático berreta, buenas actuaciones, colores vivos y una fotografía adecuada. Se les perdona las reminiscencias del Ozon de 8 mujeres, pero las formas no tienen dueño, y por eso haremos la vista gorda. Estos dos franceses se llevan 9 bolitas de paraíso

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