Nordeste, de Juan Solanas


Para exponer la densidad del conflicto humano, hay dos formas extremas, y grises entre ellas dos: se puede contar el conflicto con discusiones largas, donde se enreda el deseo y la posibilidad de ponerlo en práctica en relación con el deseo de los demás. De esta forma, el conflicto interno se expone a través del conflicto interpersonal, en esos diálogos se puede saber casi todo lo que a cada uno le pasa. A esto llamaremos la forma “Sony” de exponer el conflicto humano, haciendo honor a la productora del país del norte. La otra forma apela a personajes que miran al horizonte o viajan en silencio, resultando una mirada quizás igual de introspectiva (o hacia adentro) pero más ambigua. El conflicto personal se insinúa plagado de silencios, no se digiere, antes bien, se ofrecen signos verbalmente indeterminados. Entonces el margen de autonomía del espectador es más amplio, porque las preguntas y sus posibles respuestas son muchas más. Esto es lo que hace Solanas. Quien, curiosamente, estudió cine en Francia.

El principal mérito narrativo del film de Solanas es hacernos creer que somos buenos adivinos, que tenemos la clave para avizorar un final que pareciera ser de dos más dos. Mantenernos con esa creencia un buen rato, descolocarnos mostrándonos el error y dejarnos en suspenso hasta un final inesperado. El montaje en paralelo de la vida de dos mujeres tan diferentes, pero emparentadas primero por nuestra corazonada sobre el final de la historia, y luego en el film, permite este engaño. El objetivo de una de ellas podría unirla con la situación de la otra, y viceversa, pero los pliegues de la narración no son tan predecibles.

Helenne es una francesa que ha postergado su maternidad por cuestiones profesionales. Su padre se está muriendo y esa situación aumenta el peso del mandato femenino incumplido: darle a sus padres un nieto, asegurarles la continuidad del linaje. Esta particularidad complejiza el personaje, porque su obstinación por conseguir un bebé oscila entre la inquietud personal y la internalización de la inquietud de otros. Esta es una gran ambigüedad. Para cumplir con el mandato viaja a la Argentina, donde tiene los negocios arreglados para que le entreguen un crío, pero se le queman los papeles y tiene que hacerse cargo ella solita de encontrarlo. La excusa es buena como para hacerla viajar hasta Corrientes, capital del tráfico de niños.

En Corrientes viven Juana y su hijo Martín, en un rancho de adobe plantado en tierras de un estanciero desalmado. Por un inconfundible indicio sabemos que Juana está embarazada, entonces atamos cabos rápido y suponemos que la francesa se quedará con el niño en parte de pago de la casa que Juana necesita. Pero no. La historia podría ser contada desde los ojos de la francesa, un punto de vista externo sobre la realidad argentina, como pasa repetidas veces. De ser así, si la historia se habría contado desde el punto de vista de la francesa, la película hubiera terminado ahí, cuando Juana pasa a ser inútil para la extranjera por perder su bebé. La película continúa porque hay un narrador omnisciente que se viene haciendo cargo de la historia desde el principio, sin tomar parte por ninguno de los personajes. Con su montaje nos hizo pisar el palito hasta ese punto, y con la misma maña corta el film antes de que los objetivos de los personajes se concreten, dejándonos datos para que resolvamos sus destinos a gusto.

El film muestra el paisaje humano y natural del interior correntino con excelente calidad de fotografía y composición pictórica del cuadro. La banda sonora, por su parte, es ajustada en relación con esto, porque crea un clima acorde a la actuación e indica el espacio donde la acción transcurre, brindando referencias para no perdernos en los vericuetos de las historias que se cuentan en paralelo. La propuesta de sonido, por otro lado, explora las posibles articulaciones entre la escena, el sonido directo y el montaje, con algunos problemas en el control de la intensidad, pero no muchos. Igual, acierta en la connotación del espacio, con la melodía de arrabal del tango bonaerense y el acordeón acompasando el entorno rural. El costumbrismo se refuerza por la oposición nítida entre los personajes principales, mujeres de condiciones sociales muy diferentes pero igualadas en el fracaso de sus expectativas. Muy diferentes pero complementarias, así como el Primer Mundo necesita irremediablemente del Tercero.

En resumidas cuentas, Solanas ejercita una receta probada del cine francés, y lo hace de manera lograda; se mete con un tema comprometido e inédito componiendo una denuncia estéticamente impecable, y logra emocionar a casi todo ser humano. Eso Cannes lo sabe apreciar, seleccionándolo oficialmente en la categoría “Una mirada verdadera”. Para mí que le valen 8 bolitas.

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