¿Qué diablos es el sexo? de Agnès Obadia y Jean Julien Chervier


Esta película es un lúcido planteo acerca de las condiciones en las que crecen y aprenden sobre su sexualidad los púberes franceses, al menos los de clase media. Librados a su suerte por el sistema educativo y por su familia, con la cual comparten un laxo concepto del pudor, no les queda opción más que aprender como autodidactas, sin maestros. Leyendo las instrucciones de los preservativos, revistas pornográficas o libros de divulgación, y mirando películas, ellos se hacen sobre la marcha. En ese andar, pasar del autoerotismo a la exploración con los pares tiene algunos contratiempos, como todo crecimiento; contratiempos que, a juzgar por el film, parecen condicionar la decisión del camino a tomar partiendo desde la naturaleza bisexual del ser humano, o si en lugar de elegir uno, se eligen los dos.
Los personajes tienen marcas claras de adolescentes tempranos: cuerpos que cambian, la pulsión de muerte al alcance de la mano, embelesamientos amorosos repentinos, y hasta el cabello notablemente graso. Las relaciones entre ellos están signadas por la ambivalencia, pasando del fastidio a la idealización, ida y vuelta. Entre ellos descubren una erótica en el linde que les plantea jugosas dudas: si dos chicos se masturban intercambiando sus manos, ¿son homosexuales? ¿Es la práctica sexual o el objeto de deseo que se evoca o fantasea lo que distingue a los practicantes? La película deja en suspenso la respuesta, pero no deja de ser sugerente. No obstante, queda bien claro que la instancia con el mismo sexo es una antesala necesaria para relacionarse con el otro sexo, o apostarse en la misma vereda.
En las relaciones con los mayores, por otro lado, lo que abunda es la hostilidad. Amen la clásica referencia cruzada, de la hija mujer más afín con el padre y en disputa con la madre (y viceversa), la hostilidad también está presente en los anónimos que ocasionalmente se aprovechan de sus ingenuidades, o en las preguntas imbéciles de los periodistas. Estos adolescentes, aún así, buscan en algunos mayores una referencia estable que les sirva de modelo, o les brinde seguridad. Roudoudou, por ejemplo, quiere tener los senos iguales a los de su madre, y fantasea con un treintañero que no le hará daño, que no quiere con ella lo mismo que con todas las demás mujeres y que la amará por siempre. Para el caso de los varones del film, se hace difícil entender que ser mamá no sustituye al hecho de ser mujer, y como tal ejercer la sexualidad, ya sea con hombres, ya con otras mujeres. La heteronormatividad les está quitando el sueño, y por esa razón buscará cada uno seducir a la madre de su amigo, para descartar la angustiosa fantasía de que puedan ser lesbianas.
Estas fantasías son útiles para organizar el mundo simbólico de estos personajes, que están interiorizando poco a poco las limitadas costumbres generales acerca de las relaciones sexuales, el consenso sobre lo aceptable y lo condenable. A esta fantasía se le suman muchas otras, que en su mayoría emergen en los sueños de Roudoudou, vistos en el film a través de una animación digital con excelentes dibujos. Los sueños mezclan el trauma de unos senos que no crecen o crecen desparejos, con el treintañero que le quita el sueño, al cual con su leche alimenta y con sus tetas divierte. Pasado el tiempo, sus fantasías con el treintañero no le dejan más que desilusiones, porque advierte que poco lo distingue del resto de los hombres hostiles, al ser capaz de exponerla delante de sus amigos.
En líneas generales, la sexualidad de estos adolescentes es un saber que tienen que construir, pero cuya ignorancia cuesta reconocer, más cuando siempre hay un avispado que se las sabe todas. Y esa construcción se hace dentro del grupo de pares, ya que están completamente desasistidos por la escuela y la familia. Estoy tentado de de decir desasistidos por Dios, la Patria y la Familia. La relación de Roudoudou con el ginecólogo hace explícita este particular proceso de aprendizaje, donde lo que prima es la vergüenza y el temor a lo desconocido. Al ginecólogo le hace muchas preguntas y se escapa antes de que se las pueda responder, incómoda por la vagina de plástico que el médico usa como herramienta didáctica. En el aire quedan simpáticas preguntas: ¿Hace mal excitarse todo el tiempo? ¿Se puede gozar con el teléfono como intermediario?
Todo remite en última instancia a sus sexualidades en proceso de edificación, porque el film no da respiro al respecto, y eso por momentos agobia. La elección narrativa contrabalancea el agobio, porque la película se desdobla mostrando primero las peripecias de ella y su amiga, y luego las de él y su amigo, conectándolos hacia el final. Esa elección evita que la película caiga en la pesadez de las estructuras narrativas que se arman en relación con un solo personaje, dándole otra dinámica. La música de la Brigada de Intervención Musical de Luciano Pagliarini, que suena como una murga a la europea, contribuye de igual manera al movimiento del film, dando como resultado un producto recomendable para púberes en búsqueda y para padres en falta. La actuación de Julie Durand, asimismo, es para el recuerdo.
Visto y considerando lo expuesto, incluyendo las accesorias legales, Obadia y Chervier se llevan 9 bolitas de paraíso.

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