Chicha tu madre, de Gianfranco Quattrini
La ópera prima de este director nacido en Perú, pasado por Norteamérica y formado en cine en Argentina, es un film que no puede decirse malo, pero tampoco puede creerse bueno. Un film “ni”, o como le hubiera molestado a Susan Sontag, un film “interesante”, pero que no alcanza a ser bello. Seguimos el derrotero de un personaje de la “cultura chicha”, un personaje impredecible que vive al día, contada a través de las cartas del Tarot. Debiéramos preguntarnos si esta estrategia narrativa, la de predecir con las cartas del Tarot, es apropiada para contar la historia de un pícaro buscavidas. Y la respuesta puede ir tanto por el NO como por el SÍ, para acabar en NI, como el mismo film.
Comencemos por el NO. La predicción de alguna manera prefigura, anticipa, adelanta lo que puede suceder. Con un personaje de las características del protagonista, capaz de aprovechar cualquier oportunidad o creárselas para salir del paso, las sugerencias de las cartas pueden resultar incómodas. Tal vez hubiera sido más indicado para la historia elegir como elemento aglutinante de la narración algo que se relacione más con el azar de quien sobrevive, que con la regularidad de quien vive de manera predecible. Porque la vida del protagonista no sigue un proyecto, porque es imposible sostener un plan de vida cuando se tiene que quitar de un lado para arreglar poniendo en otro, del cual se volverá a quitar, y así sucesivamente. Perú entra de lleno en el film, siendo la situación social del país más condicionante que lo dicho por las cartas.
En un país donde es moneda corriente lo trucho, el trabajo precarizado, la violencia callejera, la corrupción; no queda otra opción que ingeniárselas para zafar. Las lealtades, cuando se trata de poder comer, son flotantes, por eso el personaje puede traicionar a su equipo de fútbol preferido, intercambiando secretos por plata con quienes quieren hundirlo. Por esta cuestión de la lealtad difusa es que también las promesas son volátiles, y vender un auto financiado en base a promesas de pago es un riesgo que no se puede dejar de correr. Para sobrevivir tiene que aguzar el ingenio, lo cual implica estar alerta a cualquier oportunidad a la que le pueda sacar partido, agilizando la red de personas conocidas que pueden salvarlo en caso de dar mal el paso.
Esta primacía de la incertidumbre y la sorpresa imprevisible, nos lo muestra también involucrándose sentimentalmente con una prostituta, paliando el rechazo de su familia, mediante el establecimiento de una referencia erótica necesariamente inestable. La determinación súbita de abandonar la casa familiar, se suma a su irrefrenable gusto por las prostitutas, en una larga lista de azares que completa mientras vive. Con tantas sorpresas y cambios de dirección en su vida, no hay Tarot que pueda demostrar eficacia.
Pero en este mismo punto hay que buscar el SI para la pregunta sobre la pertinencia de esta estrategia expositiva para la narración que se ofrece. Es la simbología ambigua del Tarot la que puede solucionar todos los inconvenientes de organización del relato que un personaje de esta naturaleza puede ofrecer. Quien haya escuchado algún tarotista sabrá que su modo verbal preferido es el potencial: es el discurso de lo que puede llegar a suceder. El tarotista modela sus afirmaciones de modo que sean capaces de predecir X, Y o Z, de que la mayoría de las posibilidades estén comprendidas en una sola tirada de cartas. El film, estructurado como si fuera una sesión de Tarot, especula con la ambigüedad de la simbología. En el transcurso de la narración se acumulan datos que nos mantienen en vilo esperando que la predicción se concrete, pero no. Y aquí está el NI de la estrategia narrativa.
El film termina dejando cosas sin saber, un futuro incierto, aunque sugerido. La escena del colectivo que continúa su viaje mientras la cámara queda fija es la manifestación visual de este capricho narrativo del final abierto. La predicción queda entonces en NI en el film, y se concreta en la cabeza del espectador. Una decisión lúcida, acorde con la ambigüedad que referí antes.
En otro orden de cosas, el equipo realizador, mitad argentino, mitad peruano, no es cualitativamente homogéneo. El film tiene muy buenas actuaciones, como la de Jesús Aranda y Tula Rodríguez, pero Pablo Brichta, que hace de argentino chanta, renguea un poco, metafóricamente hablando. La música de Axel Krygier es exacta, porque es compatible con la naturaleza híbrida de la “cultura chicha”, con esa mezcolanza multiforme que somos los latinoamericanos. Lo imperdonable es la iluminación, por momentos desprolija, porque es demasiada la saturación de colores cálidos y se puede hasta inferir la cantidad de wats de las lámparas usadas, quemando las caras de los actores.
Visto y considerando, entonces, los infortunios de la estrategia narrativa del Tarot, sopesados por algunas buenas decisiones al respecto; que es fácil de identificar como una historia que transcurre en alguna parte de Latinoamérica, por la prepotencia del contexto; y la atinada dirección de arte deslucida por una fallida iluminación, le doy a Chicha tu madre 7 bolitas de paraíso.
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