La fuente de la vida, de Darren Aronofsky
Un film montado con precisión de relojero, capaz de esclarecer las articulaciones que se producen entre los tres tiempos que el film vincula de manera compleja: el pasado lejano, el presente tangible y una potente representación del futuro. La unidad narrativa que está detrás de los diversos tiempos, tiene un tinte mitológico, al ser las explicaciones cristiana y maya sobre el origen y el fin de la vida, las que estructuran el relato. La coincidencia de estas explicaciones, en las que cambian los personajes y los escenarios pero las situaciones son las mismas, no se conforma solamente con hilvanar los tiempos, porque también sugieren reflexiones donde se mezcla lo que creemos que efectivamente sucedió (la Historia con mayúsculas), con lo que imaginamos que pudo suceder (nuestra historia con minúsculas).
En el comienzo, una cita del Génesis nos informa que Dios expulsó del paraíso a Adán y Eva para cuidar del árbol de la vida; del mismo modo que el rey maya cuida del árbol que fue testigo de la creación. El tratamiento del mito puede montarse junto al tratamiento del cáncer de la protagonista porque estos mitos están tematizados en el libro que ella escribe, que además da nombre al film. Ella muere antes de culminar el libro donde se debaten españoles y americanos del siglo XVI, pero deja encargado a su conquistador del siglo XXI (o marido biotecnólogo) que lo haga. El debe continuar una historia que se asemeja a la que está viviendo, por eso el final del libro lo tiene al alcance de la mano. Varias ficciones dentro de una ficción, dándose forma las unas a las otras.
Al fin y al cabo todos están buscando explicarse la vida y su inevitable final, tratando de apaciguar ese temor ancestral a la muerte a partir de hacerla predecible, entendible y aceptable, como un cuento para no tenerle miedo a las tormentas. En los tres tiempos, no obstante, la actitud frente a la muerte es diferente, aunque el final sea igual de inevitable. Si bien la muerte siempre es un acto de creación, porque a la desaparición física se la adorna con simbologías variopintas, las actitudes pueden ser, entre otras, la aceptación, la negación o la prescindencia. Los mayas entendían la muerte como el camino hacia el asombro, pero el marido biotecnólogo no se resigna a diferir el asombro ni a perder a su mujer por el cáncer, empecinado como está en encontrar la cura para esa enfermedad como cualquier otra, que dice él que es la muerte.
Este no poder entender la muerte más que como final, como pérdida, nos distancia también del pensamiento indígena, propenso a pensar las continuidades más que las rupturas: para los mayas el muerte enterrado deviene semilla, y de ella continúan el árbol y los pájaros. Todo está unido por un hilo mágico, que si no mitiga el sufrimiento, permite localizarlo en un lugar tangible.
La unidad de fondo de los mitos, por otra parte, hasta podría integrarse como un elemento en la explicación de los móviles y condiciones propicias para la Conquista de América. El encontronazo de las dos culturas, entonces, no supone dos culturas enteramente diferentes, si consideramos los esqueletos narrativos de los mitos maya y el mito bíblico. Esta representación del pasado implicado en versiones propias del origen de la vida, se acompaña con una potente versión del futuro, donde también se vuelve al origen. Esta versión del futuro es tan original como frugal, porque no chorrea tecnología, no se puebla con super máquinas fruto de una imaginación tecnófila. En el futuro sólo está el protagonista, el árbol de la vida y el fantasma de su mujer muerta, dentro de una burbuja transparente y despojada. Según parece, en el futuro seguiremos ansiando la vida eterna, pero seguiremos estando condenados a perecer.
En otro orden de cosas, la unidad es explícita en el montaje, porque los desplazamientos temporales entre épocas se hacen asociando colores, formas, fondos. Este recurso, aunque está muy bien utilizado, por momentos redunda. Es un recurso pertinente y claro para contar esta historia que continuamente va y viene en el tiempo, y en un montaje preocupado por identificar lo mismo en lo diferente. De igual manera, se repite demasiadas veces. La unidad de algunos planos, asimismo, refuerza la unidad, como en el caso de los planos de los medios de locomoción, indicios claros de las diferentes épocas que aparecen en el film.
De lo dicho se deriva, de manera bastante evidente, que el nuevo film de Aronofsky es tan bueno como lo fue Réquiem para un sueño, donde también debajo de la diversidad de drogas legales e ilegales, de padres e hijos, había una necesidad común de hacer la vida más vivible. La fuente de la vida, por su parte, es una narración a la que no le quita mérito quemar algunos recursos formales, y por eso le doy 9 bolitas de paraíso.
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