El arco, de Kim Ki Duk


El arco, como objeto, es en el film un signo proteico, por las funciones que cumple y las ideas que asocia. Es, a la vez, un instrumento de defensa y un instrumento musical; también el principal implemento con que se oficia un rito para adivinar el futuro; además de ser el elemento de un juego de amor platónico en el cual para conquistar el deseo del otro es preciso demostrar hombría; y, como si todo esto fuera poco, un objeto fetichizado. El arco tiene la marca distintiva de las narraciones de Kim Ki Duk, porque el lenguaje visual subordina al verbal hasta ubicarlo donde es estrictamente necesario, sobre todo en los personajes protagonistas. La palabra ingresa cuando la sucesión de imágenes no alcanza para explicar los móviles que orientan el accionar de los implicados, y cuando lo hacen, las palabras son precisas, contundentes, económicas.
La historia podría pasar por ser el secuestro de una niña a manos de un viejo pescador, que la cría esperando que cumpla los diecisiete años de edad para poder desposarla. Pero el viejo parece incapaz de hacerle mal; por el contrario, parece entregado a ella con devoción, e incluso le ha enseñado a usar el arco, dejando abierta la posibilidad de que lo use contra él mismo. A ella se la ve feliz al comienzo como para ser una niña privada de libertad, no obstante, esa misma felicidad que se advierte en sus gestos y en su mansedumbre, se desdibuja a la largo del film. La erosión de la felicidad en su rostro es directamente proporcional al conocimiento de costumbres extrañas, al saber sobre otras formas de vida posibles. Sólo podemos saber lo que queremos cuando tenemos opciones entre las cuales elegir, sino siempre hay algún tipo de violencia simbólica que clausura otros posibles hilos para nuestra fábula.
Violencia simbólica hay, indiscutiblemente, pero nunca alcanza a ser violencia física del anciano hacia Ella, sino sobre lo que ella quiere, cuando no es a Él. Ella no puede poner en palabras su resistencia, y este extranjero a su entorno más próximo le presta un discurso. El viejo pescador, descolocado ante las reacciones inéditas de su manceba, intenta apartar a este muchacho de manera poco amistosa, pero no lo consigue. Incluso hasta el futuro, que el anciano sabe predecir, está escrito a contramano del deseo de ser propietario de ella. La pregunta que se impone es: Entre tantas cosas que es el amor, ¿no será además una creación y recreación constante de condiciones para cegar a quien amo, para que me siga eligiendo, es decir, para que no elija otra cosa?
El estilo singular de Kim Ki Duk, creo yo, radica principalmente en su capacidad para contar historias con muy pocas palabras. En el plano visual de varios de sus films, la estrategia es acumular variaciones sutiles sobre una situación que se repite, para que el espectador intuya la diferencia a través de pequeños indicios que luego dan lugar a una situación nueva. Así pasa con las sonrisas de la niña, con la adivinación del futuro o con la manipulación del calendario por parte del viejo, por poner algunos ejemplos. La dimensión profética del arte adivinatorio, en particular, logra poner el final del film entre comillas, en suspenso. Las dos opciones ante el destino quedan bien expuestas: el viejo primero opta por rebelarse contra la predicción, y prefiere darse muerte usando el mismo objeto de deseo que lo perturba; pero puede que sea ese mismo saber sobre el futuro que lo lleve a optar por la segunda opción, adelantarse a lo inevitable. El suspenso, entonces, está en decidir cuáles son los motivos que hacen que el personaje pase de la primera a la segunda opción. Esos motivos están bien insinuados.
Kim Ki Duk se mueve en los lábiles contornos de lo verdadero y lo verosímil, entre lo que puede suceder de manera más o menos previsible. La historia está cargada de simbolismo y el relato parece más encaminado a construir las asociaciones que encarnan en el arco que a contarnos los pormenores de la relación entre el viejo, la niña y el foráneo disruptor. La intervención del arco en el desposamiento corola su condición de fetiche, como objeto cargado de significaciones eróticas y energía libidinal. El color blanco y el rojo entremezclándose, la pureza y la pasión, junto a todos los demás colores de las tradiciones rituales coreanas, hacen que el momento del desposamiento sea aún más espectacular. La frase final confirma el tratamiento simbolista del objeto: “Fuerza y hermoso sonido como tiene la tirantez de un arco. Así quiero vivir hasta que muera.” Entonces, el arco es también la simbolización de la vitalidad, el manifiesto de un modo de vida deseable.
Por todo lo dicho, se comprenderá, que a Kim Ki Duk no se puede menos que distinguirlo. Porque como cineasta es un artista plástico, y como artista plástico se anima a contar historias que tienen un claro sello de autor. Llévese 9 bolitas y media.

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