La novia siria, de Eran Riklis


No necesitaron conocerse, para amarse…es la engañosa leyenda que acompaña al título La novia siria, penúltimo largometraje del director israelí Eran Riklis. Digo engañosa leyenda porque la película consigue dejar en suspenso la existencia o no del amor entre los dos personajes principales, que el subtítulo da por sentado. Ellos van a casarse conociéndose apenas por medio de una foto o por la telenovela, y en el proceso de preparación del casorio brotará a cada instante la tradición, la complejidad étnica y la conflictiva condición de una nacionalidad indefinida en un mundo global pero cuadriculado. Sin alejarse demasiado de lo que estamos acostumbrados a escuchar sobre el peso de la costumbre, el cercenamiento de la libertad de elección y la pertenencia dilemática en zonas geográfica y culturalmente fronterizas, el film obtiene uno de sus principales méritos en que el personaje que sufre todo esto (La novia) habla poco y nada.
Los drusos protagonistas son una etnia que habita varias partes del mundo, entre ellas la frontera entre Siria e Israel, donde el dilema de pertenencia nacional entretiene sus luchas. El conflicto entre pro-sirios y pro-israelíes revela la compleja trama de una identidad construida a ras del suelo, que no se guía por las líneas nítidas, valladas y alambradas, que dividen a los Estados como referencias de lealtad. El casamiento vincula simbólicamente dos comunidades separadas, un artilugio históricamente utilizado para sellar pactos de reciprocidad, previos a la configuración de los territorios de dominio legítimo. En este caso, una familia drusa pro-Siria entrega una de sus hijas a un sirio de Damasco para sellar el pacto, una actitud francamente política encaminada a tejer una red sobre la que cimentar el reclamo efectivo de reasignación de territorios.
El film nos muestra una forma de vida que nos resulta asfixiante, donde las costumbres (como el casamiento orquestado y la sujeción femenina), así como también las ineludibles fronteras artificiales, recortan las capacidades de elección de la gente. Sin embargo, esa forma de vida configura una solidaridad defensiva ante las posibles hostilidades de los extranjeros a esa cultura. Una comunidad de resistentes a las arbitrariedades del poder soberano. La autoridad de los ancianos, la lealtad a una patria imaginada, se continúan con una novia que habla muy poco, que no se queja, pero oye atentamente las desavenencias de una hermana que no pudo aprender a querer a un marido que aceptó obligada. Las alternativas a la aceptación pasiva de la cultura hegemónica, son básicamente dos en el film: la transgresión, soportando el qué dirán, o la huída, como hace el hijo rebelde que se casó con una rusa y se mandó mudar.
La familia de la novia expone un alto nivel de circulación ideológica, como si fuera un muestrario de las posibles actitudes frente a la dominación. La hija mayor que usa pantalones, quiere estudiar en la universidad y cifra en sus hijas la esperanza de burlar la predestinación del maridaje, de la que no pudo zafar, es la transgresora; el hijo mayor casado con la rusa y el que le sigue que flirtea con una niña de la ONU, son los que pudieron huir. Los sentimientos son de una naturaleza anárquica, incontrolables, y estos tres hermanitos son sobrado ejemplo. La novia, mientras tanto, sigue sin elegir por ella misma, y cuando lo hace se termina el film. La historia se encarga de redimir a los rebeldes, como queda bien claro cuando se muestra que, a pesar de terco, el casado con la rusa es capaz de salvar a su padre de la cárcel nuevamente, aunque su ofendido padre lo niegue como hijo. De paso, se insinúa que la impunidad existe cuando reina la ignorancia de la ley. Un manifiesto.
Grosso modo, el gran conflicto que plantea el film es la contrariedad entre el movimiento de los hombres y el anquilosamiento de las estructuras. La dependencia de un sello para consumar el “deseo” de enmaridarse, la interrupción burocrática de ese deseo, es la ilustración más lograda. Una serie de acciones dejan entrever que ante la negligencia siria e israelí, los buenos son los de la ONU, preocupados por la concreción del casamiento. La encargada de la ONU reaparece luego de muchos minutos de haber aparecido por primera vez, cuando sorpresivamente irrumpe para explicarnos las nefastas consecuencias de que cruzar la frontera sea nada más que un viaje de ida. Son dos chicas necesarias las voluntarias de la ONU, para que entendamos lo que resta de película y por su compromiso con los problemas locales. Entre tanta ida y vuelta de burócratas, la hija más pequeña opta también por transgredir como sus hermanos, y elige.
No es una película indicada para gente que no soporta remixados folcklóricos y que espera un final resuelto. No se la ve cruzar la frontera sin permiso, tan sólo observamos un indicio de que en la silla que estaba ya no está. Podría haber muerto al querer cruzarla, quizás… Una elección inteligente para cerrar una historia por momentos igualita a muchas otras. Concluyendo, por todo lo dicho Riklis, acredita usted 7 bolitas y media.


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