
En su segundo trabajo cinematográfico, Chen cuenta con las cuestionables actuaciones de Rafael Ferro (Goyo) y Nicolás Mateo (Chino), que le ponen el cuerpo a la dupla protagónica. Además están Gloria Carrá y Leonora Balcarce, deslucidísimas. La dirección de actores es notablemente fallida, y no se salva justificando la rigidez actoral como un artilugio, para contrastar la fluidez en el agua con la cualidad del movimiento y sensibilidad de muñeco articulado que tienen los personajes fuera de ella. Goyo, ex nadador de aguas abiertas, escapó hacia la falta de agua, donde no hay santafesino que lo rechace por héroe tramposo. Vuelve de esa aridez orientado por las rayas de la ruta, iguales a las rayas del fondo de las piletas olímpicas, o de los cables que orientan en el río: la linealidad de las marcas, por contraposición, no se corresponde con sus desórdenes vitales, sus imposibilidades de conectarse con el mundo circundante. Transitando por Barrio Candioti, uno de los pocos lugares mostrables de Santa Fe, junto a la Costanera y el Puente Colgante, transitando por el barrio de noche, conoce a Chino, accidentalmente. Chino es un sacrificado nadador de pileta, que entrena cuando se lo permiten sus changas. El accidente fuerza el encuentro de dos nadadores del interior, uno rechazado y el otro frustrado. Para ellos el agua es la misma debilidad pero con distintos significados: para el Chino significa la posibilidad de cambiar su situación socioeconómica, y una distracción de sus obligaciones familiares, que le cuesta sostener. Para Goyo, el agua es el medio donde plantear una revancha para su honor de deportista herido. La historia no está exenta de una dosis de paternalismo en el tratamiento de los sueños de los desconsiderados del Interior. Ese encuentro sorpresivo es el comienzo de una relación tensa donde lo que priman son los reflejos especulares, la admiración, la transformación de desaciertos propios en aciertos ajenos y hasta la emulación. El Chino tiene definiciones muy precisas sobre los alcances del éxito: para él Goyo es un fracasado que se dedica a las aguas abiertas porque le fue mal en pileta, igual de fracasado que su entrenador, quien se conformó con ser un pobre profesor sin saborear la cima del éxito. Cuando pierde la prueba clasificatoria para la selección nacional de natación, el Chino siente el fracaso en carne propia, y ahí está la sagaz intervención de Goyo, con un ardid algo extravagante. Le ofrece, a mitad de carrera, intercambiar su lugar de acompañante de maratonista por ser el nadador, pero lo deja suelto y el Chino llega a la meta final en Coronda guiado sólo por la intuición y teniendo como referencia a los cables, que siempre van derecho. El ardid del Goyo es síntoma de una pedagogía exitista: provocar que el otro sea consciente de que puede hacer lo que se propone. Ambos protagonistas están en luchas parecidas: contra la resistencia corporal, el deshonor, el fracaso y la falta de oportunidades. Ambos, fuera del agua, boquean. Los detalles desperdigados en el film, son propios de las sutilezas formales de los buenos directores. Cuando Goyo hace un reconocimiento de la habitación del hotel donde se hospeda, los planos subjetivos reparan en elementos de la habitación que se asemejan a lo que podemos encontrar en una pileta. Esta poética de los detalles se refuerza con la intensidad visual de las tomas acuáticas. Cuando Ferro nada en el río al amanecer, se compone un clima con los colores y la suspensión del tiempo, que resulta un pasaje del film excelente. Del mismo modo cuando al final del film, el blanco bebé del Chino aparece desde el hombro de su padre, en contraplano, y queda insinuada una dimensión futuro ante la cual la narración termina caprichosamente. En otro orden de cosas, la publicidad sobreabundante de la Maratón le vino bárbaro a Chen para financiar el film. Casi todos los sponsors de la Maratón (que no es un espacio sin marcas como los que añora Naomi Klein, precisamente) son, a su vez, quienes subsidian el film. Esto, sin embargo, no le quita mérito a las ponderables elecciones visuales de la directora y de la fotógrafa. El film, aún así, tiene algunos pronunciados vaivenes si consideramos las actuaciones y el tratamiento dramático de algunos personajes. Balanceando esto, le doy a Chen 6 bolitas de paraíso.
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