Un film basado en la novela Lie with me de Tamara Faith Berger, escritora a quien parece que se le dio por leer más de una vez a Freud, porque la narración concreta algunos de sus postulados teóricos, mientras plantea al sexo y al amor como modos de vinculación entre los seres humanos, ni mejores ni peores entre sí, sino adyacentes. La desnudez es la primera parte del amor, la primera forma de quedar al descubierto ante el otro, y todo lo demás viene después… ¿Cómo se puede mostrar el sexo en el linde de lo erótico y lo pornográfico? El director compone las escenas de sexo montando fragmentos: un pecho respirando fuerte, labios separándose, manos que se amasijan; y no se escatima tampoco en mostrarlos a los dos completamente desnudos, tal cual estaban cuando se desayunaron con el mundo. Eso marca una diferencia con el clásico cine erótico, que jamás muestra los atributos masculinos. Asimismo, el film se diferencia del cine pornográfico, donde el sacudón siempre le quita lugar al relato.
Ella, la histérica, es hija de padres en trance de separarse y El de una madre muerta y un padre con problemas de movilidad y control de esfínteres, a quien cuida como si fuese su hijo. El conflicto parental queda así planteado. El mundo se desmorona para los dos, y cada cual a su manera transcurre en un mundo dinamizado por la ley de la selva. Ella marca su territorio, erige su poder femenino, mediante la seducción, ofreciéndose y negándose al sexo opuesto según le vienen ganas. Así la conoce El, no sabemos si por accidente o premeditadamente, y se enceguece más cuando la encuentra practicándole sexo oral a un fulano de nadie, en una vereda frente a su auto, donde El hace lo propio con su blonda novia. Todo parece indicar que estamos ante el sabido caso del macho interesado en redimir a la cocota, una mujer ligera capaz de provocarle celos, y con eso engancharlo más.
A ella nadie la violó cuando era chica, aclara inteligentemente, y esa acotación es importante para dejar atónito al que sostiene que, necesariamente, detrás de conductas sexuales desordenadas hay buenos trastornos infantiles. Ella es bellísima, y el diseño de vestuario y peluquería se encarga de componerla acorde a la simbología ratonera: cabello colorado, revuelto, pollerita escocesa tableada, habitación plagada de peluches y disponibilidad para bajarse fácilmente la braga. No le hace falta nada más para los hurones del señor (o la señora). Él es un muchachón fornido, imponente como su anillo, pero con aire paternal. Su temor a un nuevo abandono, esta vez de su madre sustituta, es inmenso como el deseo escurridizo de ella, que no puede alojarse y recrearse en un único objeto.
Ella está para consolarlo justo cuando muere el padre, y esa comunión que parecen conquistar es el puntapié para correr, y así cumplir con su tradición personal donde el hombre no es más que un rito de pasaje. Ese abandono es causa suficiente para que él decida apartarse, mientras ese rechazo (quizás por lo irresistible que es todo lo negado), ese rechazo, a ella le confirma que lo que sucedió en esa cama blanca, despojada, no es un acontecimiento más. El sexo es la parte más sencilla del amor, pero cuando funciona por fuera de su férula, es un vínculo ocasional y una vía de escape. Como cualquier vínculo humano, no escapa de ser una relación de fuerzas donde la voluntad a menudo se ausenta. En relación con esto, el film es quizás demasiado nítido cuando muestra una compulsión sexual que se origina allí donde el sujeto no puede resolver una pérdida o depositar su deseo en un objeto temporalmente vedado.
El film tambalea en la frontera de paso entre la sutileza indicial y la didáctica de una patología, donde Eros y Tánatos no pueden despegarse. Vale, de igual manera, como ejemplo de lo que puede suceder en el nivel de las relaciones eróticas cuando se desestabiliza uno de los referentes más importantes para la conquista de la independencia psíquica: la familia. Tal vez sería más fácil si uno fuera hijo y padre nada más que de uno mismo, y pudiéramos reproducirnos por fisiparidad, como por ejemplo cortándonos un brazo. Cuando la familia se desmorona y hasta la casa de la infancia puede perderse, el reviente y su aturdimiento es una opción a mano, y real.
Por otro lado, Virgo utiliza artilugios formales ajustados, sin grandilocuencia: la apertura y el cierre fotográficos que marca el giro del autoerotismo al placer compartido; el montaje a veces poético de escenas, la escenografía expresando el mundo simbólico de cada personaje, la intensidad de los colores y algunas saturaciones, son algunos ejemplos. No tengo que decir más para justificar las 8 bolitas de paraíso que se lleva este director de cine y televisión canadiense.
A ella nadie la violó cuando era chica, aclara inteligentemente, y esa acotación es importante para dejar atónito al que sostiene que, necesariamente, detrás de conductas sexuales desordenadas hay buenos trastornos infantiles. Ella es bellísima, y el diseño de vestuario y peluquería se encarga de componerla acorde a la simbología ratonera: cabello colorado, revuelto, pollerita escocesa tableada, habitación plagada de peluches y disponibilidad para bajarse fácilmente la braga. No le hace falta nada más para los hurones del señor (o la señora). Él es un muchachón fornido, imponente como su anillo, pero con aire paternal. Su temor a un nuevo abandono, esta vez de su madre sustituta, es inmenso como el deseo escurridizo de ella, que no puede alojarse y recrearse en un único objeto.
Ella está para consolarlo justo cuando muere el padre, y esa comunión que parecen conquistar es el puntapié para correr, y así cumplir con su tradición personal donde el hombre no es más que un rito de pasaje. Ese abandono es causa suficiente para que él decida apartarse, mientras ese rechazo (quizás por lo irresistible que es todo lo negado), ese rechazo, a ella le confirma que lo que sucedió en esa cama blanca, despojada, no es un acontecimiento más. El sexo es la parte más sencilla del amor, pero cuando funciona por fuera de su férula, es un vínculo ocasional y una vía de escape. Como cualquier vínculo humano, no escapa de ser una relación de fuerzas donde la voluntad a menudo se ausenta. En relación con esto, el film es quizás demasiado nítido cuando muestra una compulsión sexual que se origina allí donde el sujeto no puede resolver una pérdida o depositar su deseo en un objeto temporalmente vedado.
El film tambalea en la frontera de paso entre la sutileza indicial y la didáctica de una patología, donde Eros y Tánatos no pueden despegarse. Vale, de igual manera, como ejemplo de lo que puede suceder en el nivel de las relaciones eróticas cuando se desestabiliza uno de los referentes más importantes para la conquista de la independencia psíquica: la familia. Tal vez sería más fácil si uno fuera hijo y padre nada más que de uno mismo, y pudiéramos reproducirnos por fisiparidad, como por ejemplo cortándonos un brazo. Cuando la familia se desmorona y hasta la casa de la infancia puede perderse, el reviente y su aturdimiento es una opción a mano, y real.
Por otro lado, Virgo utiliza artilugios formales ajustados, sin grandilocuencia: la apertura y el cierre fotográficos que marca el giro del autoerotismo al placer compartido; el montaje a veces poético de escenas, la escenografía expresando el mundo simbólico de cada personaje, la intensidad de los colores y algunas saturaciones, son algunos ejemplos. No tengo que decir más para justificar las 8 bolitas de paraíso que se lleva este director de cine y televisión canadiense.
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