Que yo soy una posibilidad entre un infinito de otras, no me quedan dudas. Tan indudable como que soy posibilidades y no una cosa. La física cuántica ofrecida al vulgo (o di-vulgada) prioriza dos postulados que son muletilla para cualquier estudiante en situación de examen: la realidad es compleja, y es una compleja construcción. Hacernos de ella, captarla, es una cuestión mayormente perceptiva. Pero sólo vemos la punta del iceberg, porque gran parte de lo que se esconde es una experiencia sublime, mejor decir mística. No diré que la ciencia no sea una cuestión de creencia, pero sí que lo que vi en este film es increíble.
El materialismo moderno y la religión eximen de responsabilidad, se queja uno de los científicos de curriculum espeso. Pero esto que es casi una declaración de principios se pincha poco después, cuando para explicar la predisposición a la percepción de la realidad se trae a colación a los indígenas. Para explicar que la percepción de lo novedoso es posible gracias al bagaje de conocimientos que acumulamos, se abusa del ejemplo de los indios ante la venida de las naves de los colonizadores españoles. Aún cuando estaban ahí en el mar, inmensas, no pudieron verlas antes de que el chamán las integrase al mundo conceptual de los pobres indios ignorantes. Como si ellos no hubieran tenido en mente una representación de algo semejante que se desplaza sobre el agua transportando gente. O canoa. O carabela. El ejemplo es jodido, además, porque es irrebatible: ya no queda ningún nativo virgen para probar la afirmación.
Con esta misma lógica, podría pensarse, que fue Sandino el chamán necesario para que los nicaragüenses fuesen conscientes de la dominación imperialista, para que pudieran integrar en un orden de sentido todos los vejámenes sufridos. Lo mismo Chávez, ahorita mismo. Pareciera que nos hallamos ante una versión revisada y aumentada de la Ilustración, cuando los centinelas del saber se empeñaban en deshacerse de las supersticiones. Lejos estoy de sugerir que todos los norteamericanos estén conformes con la política imperial, nada más sugiero que ciertas formas de ejercer la política se avienen con ciertas formas de pensar la “realidad”.
Continuando la galería de los tratamientos forzosos, la escena que transcurre en el subte es caratulable como un crimen de lesa filmografía. Ubicado el personaje justo, en el momento justo, con un texto que tiene el cierre semántico justo, la escena demuestra que muchas veces la intencionalidad didáctica traiciona la credibilidad del suceso que se expone. Y encima se repite, obligando a redoblar la carcajada. Anecdótico es también el particular tratamiento de las emociones humanas, sobre todo por la encaramada defensa de que el drama humano es básicamente químico. Aldous Huxley, sin duda, es un buen oráculo, y debiéramos releer Un mundo feliz de tanto en cuanto. Por lo que al film respecta, las emociones están netamente asociadas con las adicciones, como los norteamericanos con las grasas saturadas del Mc Donalds.
También encuentro una imperiosa necesidad de demostrar que la ciencia puede responder las preguntas que inquietan al vulgo, como si la ciencia debiera justificar socialmente su existencia, por su utilidad, porque puede explicarlo todo. Ahora bien, ¿por qué puede también originar la guerra nuclear? En cuestiones de este tenor el film se queda mudo, porque no se conciben más intereses que los puramente científicos, como si se tratara de un territorio inmune a la política y al cálculo de rentabilidad.
Lo que no vemos pero está, lo asegura un tratamiento computarizado de la imagen que es, cuando menos, remanido. La dimensión invisible de lo que no captamos, y sin embargo nos condiciona, se compone con ases luminosos, junto a la textura clásica de un mapa de bits exagerado, coloreado por (permítanme el neologismo para denominar ese color) el azul-peronista-santafesino.
Y así como los afiches peronistas muestran la ensayada despreocupación de sus diagramadores por detalles frívolos, este film es una radiografía de la urgencia por compatibilizar ciencia y religión en buena parte de las universidades norteamericanas. En ese revoltijo de dogmas y saberes profanos se crían los ideólogos de las reversiones del Destino Manifiesto, los mártires demócratas que son artífices de la redención del mundo. Ante tanta porquería me queda la pregunta obvia: ¿La Modernidad era qué?
A fin de cuentas, una película inimputable, que consigue movilizar al espectador: ¡para salir corriendo! Por eso no le doy ni una bolita, porque me las comí, embroncado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario