Sofácama, de Ulises Rosell



Sofácama es un film cándido, si entendemos por eso al desembarazarse de cualquier planteo trascendental, y hacerlo sin malicia. Un film que si lo viera en el cine merecería un comentario a la salida del tipo “¿Cómo está el Colita?”. Inofensivamente viene a mostrarnos como el territorio material de una familia, el perímetro de su casa, es además un territorio simbólico, el entramado de relaciones de complicidad y lealtad, pero sembradas de conflicto, como no puede ser de otra manera donde hay dos o más humanos implicados.

La historia empieza ya contada, y eso está bueno. De esa forma nos ahorramos ver cómo llega Carmen a la casa de su amiga Bernie, personajes interpretados por una inesperada María Fernanda Callejón y una predecible Cecilia Roth, respectivamente. Carmen llegó para quedarse a la casa donde Bernie vive con sus tres hijos varones y sin marido. Los datos que tenemos de éste, que ya no está, es que tiene (o tenía) el cabello parecido a Leo, el hijo del medio que es el protagonista, el que se acuesta con la Callejón y el único capaz de hacerle frente a su madre.

Pequeños relatos, historias mínimas, no es casualidad que el guionista de Sorín haya metido la mano. ¿Qué historias quedan por contar cuando los bolcheviques son pocos y las masas están dispersas? El drama humano más minúsculo, como el de un adolescente con testosterona embravecida por causa de una señora mayor (que encima es amiga de su mamá), se lo puede contar de muchas maneras, desde la más desprendida hasta la más repugnante. Desde la más didáctica hasta la más cruda. El caso de Sofácama es un medio interesante entre estas opciones, donde las cosas no dejan de ocurrir por lealtad debida, si con cambiar de territorio alcanza para sentirse liberado. Así y todo, de Sorín, no vaya a creer, tiene bastante poco este film, porque descuida bastante a los demás personajes que no son clave para la historia que nos cuenta.

Bernie es una artesana ordenada en su despelote, que tiene explicaciones místicas para el desenvolvimiento del mundo, que profesa las determinaciones del karma y milita la medicina natural. Es un paradigma de antioccidentalidad si no fuese porque usa un buzo rojo con la inscripción de una universidad norteamericana. Pero se lo podemos perdonar porque lo usa dentro de casa, y en el espacio privado uno puede expresar sus contradicciones con toda libertad, si después se cuida fuera. Además trabaja la tierra, guarda cosas viejas y, como todos los personajes de Cecilia Roth, es una mujer inteligente y sensible hasta que pierde los estribos.

Carmen es leal, divertida, leal y territorial. Como buena perra. No crea que eso lo digo por Fernanda Callejón, que en verdad merece el premio a actriz revelación. El caso es que una vez ida de la casa de Bernie, que –literalmente- ha explotado de celos, cede a la insistencia de los ratones de Leo, en un sofá que para él será memorable por el resto de su vida. Lo hace en su propia casa (también huérfana de marido), lejos de su amiga y madre del mancebo. El bien y el mal existen en un momento y en un lugar particular, pero no son categorías absolutas. La escena es lograda, mirada desde lejos, como si se tratara de un afuera de no implicación, con las paredes encuadrando.

Esta importancia otorgada al espacio familiar, por su capacidad para promover o dificultar el crecimiento personal de quienes lo habitan y conviven en él, se resuelve en un final lógico. Parafraseando a Marx podría decirse: ¡Ah! ¡La innata casuística del hombre, cambiar las cosas cambiándolas de lugar! Cabría preguntarse, sin embargo, si tirar las cosas viejas significa el primer paso para recomenzar, o significa tirar las cosas viejas nomás, y el cambio durable va desde adentro hacia fuera.

Por otra parte, el film exhibe unos intensos colores primarios, bien iluminados, componiendo el interior de un ambiente hogareño agradable, que no les pesa a los personajes. Esta misma intensidad del color hay en la excelente gráfica de inicio del film, a cargo de Fernanda Valentín, con unos dibujos que lograron captar la frescura de esta historia incolora. La buena música compuesta por Gustavo Pomeranek, asimismo, puede remarcar los pocos momentos álgidos, decisivos, reforzando la importancia que tienen para lo que vendrá.

Visto y considerando, Rosell, que la pegaste con la diseñadora, el músico, la escenógrafa y el fotógrafo, pero que un guión deslucido no llega a los talones de las infundadas expectativas que genera Cecilia Roth, te doy CINCO bolitas de paraíso.

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