Un largo domingo de noviazgo.


La película podría ser más veloz, menos traicionera a los inversores, por ejemplo, si Matilde no fuese coja. Pero de lo que se trata la velocidad es de llegar a algún lado, y Amor Eterno parece nunca llegar. Comencemos por el engaño: Amor Eterno en realidad se llama Un largo domingo de noviazgo. Pero somos latinoamericanos, y hasta nos engañan impunemente sin tener en cuenta nuestra larga tradición de francofilia.

Se trata de la última película del director de Amelié, Jean Pierre Jeunet, junto a la protagonista de la misma, Andrey Tautou. Y acá es donde se pone sabrosa y jodida la cosa. Los críticos quisieran arrancarse la memoria de un tirón, para no comparar. Pero es inevitable, y si no fuese por ese querido recurso hoy tendría pocas cosas para decir…Algunos hasta han llegado a discutir aristotélicamente, para ver cuánto de unidad fantasía o cuánto de unidad tragedia tiene la película. Eso, a mí, me importa poco.

No te voy a perdonar Jeunet la media hora de más que duró la película, y que yo me perdí de dormir o de tejer a crochet. Entiendo que Hollywood te haya dado un presupuesto por el que moriría otro director francés, pero eso no te da derecho a gastar todo el celuloide que hiciste comprar. Tirá un pedacito para los chicos del Instituto de acá, que tienen que contentarse con el VHS…

Podrá ver imágenes efectistas de la Primera Guerra Mundial, al estilo de Rescatando al soldado Ryan, pero más edulcoradas. Sin el presupuesto de Hollywood se podría haber prescindido de ellas. La Guerra se lleva a Manech, el novio de la Matilde, y será además de una comehombres (hablo de la Guerra) la gran barrera que Matilde deberá cruzar para alcanzar su felicidad. En las imágenes de la guerra no ocurre nada que no se pueda condensar en un par de parlamentos, o recuperar tangencialmente: digo esto a propósito de las tres letras de Manech que vienen a ser un elemento cohesivo en la película, que permite anudar y generar intriga. Y que más no les voy a contar porque quiero incitarlos a verla. Sí, aunque no parezca.

Está hecha sobre la novela homónima de Sebastián Japrisot (1991), ganadora del Premio Interalliè. Teóricos de la TRANSPOSICIÓN, así se llama a esto de hacer a partir de un texto literario un texto cinematográfico, dirían que lo importante no es la fidelidad al texto en un mero nivel narrativo, sino la capacidad de poder resolver con recursos cinematográficos los recursos literarios de la novela. Según los que la leyeron, Jeunet es un grande.

Yo quiero reparar en el costado problemático de la memoria, de los personajes que tienen una relación compleja con el rememorar. Quien esté algo al tanto de los estudios sociales, o lea la revista “Aquí Barrio Candioti”, sabrá que la memoria y el trauma, la memoria y el genocidio, la memoria y la inundación, es un tema con el que cualquier psicólogo puede hacer un bolito para salir en la revista. Me late que esta relación con la memoria es más contemporánea a Japrisot, el escritor de la novela devenida película como decía antes, que a los personajes que se les pone voz y rostro en la misma. Uno podría preguntarse: ¿Por qué la guerra a nadie le inflama su lado viril, por qué ninguno de los que quedó habla de ella en términos del honor de haber estado allí?

Volviendo al costado fácil de hablar de esta película, mirémosla con Amelié a segunda voz. Ambas empiezan recurriendo a la infancia de la protagonista en voz off, como si en ella podría estar la clave de lo que sucederá. Teniendo en cuenta que Francia es la capital del psicoanálisis, es bastante coherente con su folcklore. Matilde tuvo la mala pata de la poliomielitis, y eso retardará, alentará, hará más dificultosa la búsqueda de información que la lleve a su amor (el Nino Quincampoix de Un largo domingo de noviazgo o Amor Eterno, como prefieran), dificultosa puesto que ha quedado coja. En eso se va cuarto de película.

En un momento ella corre a su manera (alentando la película) para saludar por última vez a Manech, ido en auto a librar guerra involuntariamente. Y allí utiliza su jueguito esperanzador del “si llego antes de que pase (se refiere al auto), volverá”. Usa el jueguito del cual se abusa el director. Pero que funciona, al igual que las tres letras de Manech, como cohesionador. Como las fotos que encuentra Amelié en la máquina pública de tomar fotografías, o el enano.

Matilde, además, justifica los medios por el fin, como Amelié. Ambas cometen maldades adorables, transgreden dulcemente las reglas, son ingenuas, esperanzadas…

Aún con todas las sandeces que vengo diciendo yo los invito a verla, porque la fotografía [Bruno Delbonnel / Amelia, Ni a favor ni en contra (sino todo lo contrario)], el vestuario [Aline Bonetto / Amelia, Vértigo de amor] y la música [Angelo Badalamenti / La playa, Terciopelo azul, Primos] son excelentes. La plata se gastó bien, aunque la innovación no pueda comprarse y la recurrencia se disfrace de estilo. Vayan al video y le dicen al chico que expende (que bien podría ser el Sr. Alan): quiero la última de Jeunet, pero si el título no está bien traducido no la llevo. Y él le dice: tengo Amor Eterno, y usted le dice, “bueno…pasa…me dijeron que no es buena, pero con la diabetes que tengo es la única forma en que puedo suministrarme azúcar.”


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