Sobre Princesas de Fernando León de Aranoa

Caye, con Y griega, es el apócope de Cayetana. Con unos esfuercitos más en una sostenida cadena de hipótesis, se puede llegar a sostener que Caye es el parónimo de calle con LL, y que por casualidad es el sobrenombre de una prostituta. Semejante tarea infausta frente al DVD puede quitarle las ganas de ver la película, pero no crea que con ese descubrimiento se hizo acreedor del sentido de la película, de que ya adivinó los móviles ocultos del Director o –sencillamente, como lo dice mi vecina- lo que ese tipo quiso decir. No, de lo único que puede hacerse acreedor con ese descubrimiento es del mote de “semiólogo de cotillón”.

Caye es el personaje principal, junto a Zulema, de la película de Fernando León de Aranoa (español él, por si queda duda), de la película que este último escribió y dirige, y que da en llamarse PRINCESAS. Candela Peña, Caye, quien ya demostró sus increíbles dotes actorales en Todo sobre mi madre de Almodóvar y Te doy mis ojos de Bollain, compone un personaje de mujer sensible (y puta) entrañable. Micaela Nevárez, Zulema, de procedencia centroamericana, quien se hizo con el personaje después de un casting, no le pierde rastro al talón de la Peña. Las dos dijeron tener una química increíble ya en la primera toma, y es notable lo de ambas.
Esta es la historia de dos mujeres, de dos putas, de dos princesas, adelanta la contratapa. Y las dos profesionales hacen lo que más de una mujer quisiera, lo que más de una princesa añora: ser putas con poca culpa. Caye pretende un buen par de lolas de utilería, y con esa meta se pasa un cuarto de Madrid para el cuarto. Zulema, inmigrante ella, trabaja para mantener a su hijo, que está con su madre allá en Dominicana. Tenemos así el primer desacierto del film: la intención de redimir. Podríamos preguntar por qué la chica plástica que sólo piensa en unas tetas deseables no es Zulema, la inmigrante buena, abnegada, madre responsable y sacrificada. Que hasta es capaz de soportar los vejámenes de un enfermo golpeador para comprarle el camión carguero de plástico a su hijo. ¿Por qué la materialista y rebelde de buena familia es la que juega de local? El desacierto, para mi gusto, está en que la contraposición es demasiado nítida, entre una madre sacrificada y una atorranta, ambas putas, ambas amigables, ambas enamoradizas. La prostitución vuelve a ser leída en clave moralista: nadie se atrevería a decir que el fin de Zulema no justifica los medios, y que el fin de Caye hace su medio más cuestionable. El film deja la jodida sensación de que hay una prostitución más justificada que otra. De igual manera, el mayor desacierto es que este costado político sea necesario, que la discriminación étnica en España sea tan fuerte que se hace preciso demostrar con tanta vehemencia que inmigrante no equivale a demonio. Eso es un desacierto, pero no del Director y guionista.
No obstante este resbalón, el film tiene una fotografía impecable a cargo de Ramiro Civita. Recuerda los mejores colores de los films de Almodóvar, donde los rojos son tan intensos como sus pasiones retorcidas. La cámara juega a ser parte y estar ajena de manera medida, y la banda de sonido de Manu Chao es imperdible.
Dicen que las princesas no tienen equilibrio. Son tan sensibles que notan la rotación de la tierra. Por eso se marean constantemente. Esto le explica Caye a la Zule, y la Peña lo hace con una convicción que no es difícil que a uno se le piante un lagrimón. Entre tanta discriminación étnica en el mercado laboral de la prostitución española (eso, como lo sabe cualquier marciano marxista, es contraproducente para la Revolución), entre tanta discriminación étnica, Caye tiene la sensibilidad suficiente como para no ver en Zule a una potencial competidora desleal –de bajo precio-, sino a una amiga. Todas las demás prostitutas que están junto a Caye en la peluquería, que viene a ser el centro de operaciones de estas empresarias en el amor, ubicado justo frente a la zona roja donde se pasean las intrusas inmigrantes, todas las demás prostitutas, decía, tienen un repertorio de prejuicios conocidos sobre las foráneas. Las extranjeras traen las venéreas y vienen con la intención de quitarnos clientes, son algunos de los tópicos más visitados por las amigas de Caye. Ella, en cambio, logra darse cuenta que no es así, y que Zule es tan humana como ella. Es la toma de conciencia que alcanza para hacer de cualquier personaje un protagonista.
Por otro lado, en el film se realiza un interesante tratamiento del amor. Lejos de lo que podría esperarse, que la puta enamorada cuelgue sus hábitos y se reincorpore al camino de las siervas respetables, estas chicas no desestiman al amor, pero el film hace muy bien en dejarlo en el aire, irresuelto, sin final. Quieren enamorarse (Caye, por ejemplo, sueña con que alguien la espere al salir del trabajo) y les cuesta enamorarse, pero vaya saber si lo logran. Las “marcas profesionales” están bien señaladas: así como el abogado tiene una tendencia a ver e interpretar el mundo desde el código penal, a ellas les cuesta relacionarse sexualmente con otro sin una mediación de tipo laboral. Me pregunté ¿cómo es posible dejar de ser puta si se tiene la voluntad de hacerlo? El músico puede abandonar las partituras y los instrumentos o el carnicero alejarse de la sierra eléctrica y la máquina de embutir, pero a menos que se decida a ser monja de clausura, nadie dejará de practicar sexo con alguna regularidad. León de Aranoa (el Director, como ya lo dije) plantea finamente el problema esencialista de la identidad profesional. Se es prostituta o se era prostituta, ese “pecado” traza un círculo vicioso en la mentalidad de la gente que es imposible de zafar. Pareciera que hay elecciones que se hacen para el resto de la existencia: el malo de la novela será bueno sólo por necesidad, nunca por convicción. Dejamos poco margen para que los demás, si es que quieren, cambien.
Para ir cerrando, lo haré con el segundo y último desacierto del film: Zule se vuelve a Dominicana porque se ha pescado SIDA, y no quiere que su hijito siga creciendo sin verla. Previo al retorno a su país, se ocupa de tener sexo con quien la golpeaba y le prometía el pasaporte que nunca le consiguió: la intención es clara, y es el único momento donde la centroamericana se torna un poquito jodida. Caye, siempre tan sensible, le ofrece el dinero que había juntado para sus lolas, y en una conmovedora escena con poco titubeo Zulema decide partir. El desacierto está, a mi gusto, en que la prostituta sidásica es un cierre predecible y poco aleccionador. Es de notar que en los films que tematizan la conocida “peste rosa”, los personajes se contagian poco antes de que termine la película o bien antes de que empiece. La enfermedad parece un insumo necesario para darle la recta final al argumento. ¡No, León de Aranoa, no! Yo haría volver a Dominicana a la Zule porque Bush ha mandado invadir al país y ella teme por la suerte de su niño. Lo cual puede ser tanto o más real que la vida misma.
Así y todo, en mi sistema de puntuación litoraleño, yo le pongo 8 bolitas de paraíso!

1 comentario:

Unknown dijo...

Buen filme, Princesas es una película que además de entretenida es cautivadora, vale mucho la pena por el elenco y sobre todo por el guión. Además me recuerda a la serie El negocio cuya historia está basada en la prostitución.