
Cámara en mano, testigo del acontecimiento, la película comienza con la movilización ocurrida en Argentina durante el fatídico final del 2001, pero luego las conexiones sólo se insinúan. Los pruritos de nuestra bendita clase media, en cambio, pululan por doquier durante toda la película, dando sobradas muestras de un artículo de fe de la clase media: ocultarás las miserias, sobredimensionarás tus fortalezas. Es una clara demostración de que el cine argentino hecho en territorio ajeno puede dar resultados más respetables que el abominable Un argentino en Nueva York.
La película se estructura con la oposición externo / interno, en diferentes dimensiones: el frío neoyorkino en contraposición con el calor bonaerense; el interior del hogar y el hotel como resguardo frente al peligro de las calles; la desazón interior de los personajes a contramano de la entereza y colorido que muestran; los locales y los sudacas. La historia es contada también con un contrapunto: Mientras Lito pasa frío allá, sin un mango, su empresa de hielo rolito se funde acá, sin crédito, en manos del yerno. Mientras, los empleados aguantan, y planean la gestión cooperativa, hasta que no va más. Cuando se viene la noche para los personajes, en el film, comienza a escasear la luz, dejando unos logrados claroscuros.
Los síntomas de la clase media argentina nos cachetean desde el comienzo: frente a la protesta piquetera que es la obertura del film, Nilda profiere: “yo no estoy en desacuerdo con que protesten, pero…” mientras detrás se oye “¡piqueteros, carajo!”. Ella no sabe que la línea que divide, en Argentina, nunca está quieta. El ser o no ser un potencial piquetero puede ser cuestión de horas. Que de protestar arriba del auto pronto podrían pasar a estar del otro lado, sin solución de continuidad.
Nilda, en la piel de Adriana Aizenberg, que está bastante bien, es una diabética vergonzante, que oculta su enfermedad, pero es ducha para manejar con su dolencia al marido, a quien no escatima en inutilizar cuando puede. Es la perfidia de su amor, como se escucha en el bolero que integra la banda de sonido.
Lito es un empresario ingenuo y algo bruto, pero compuesto por Pepe Soriano logra hacerse querer. No sabe inglés, a diferencia de Nilda, cuyo sueño es vivir en Nueva York, y su ignorancia le trae innumerables problemas de comunicación. Este tipo de problemas, hoy, hacen ridículo a cualquiera. Nosotros, los vástagos globales, nos reímos de las generaciones que no aprendieron inglés a la fuerza, porque ser francófilo ya vade retro. Nilda, ya lo dije, dice saber inglés, pero mete un bocadillo cada media hora, y eso deja planteada la duda acerca de sus conocimientos. Como pasa con el impostor que tiene su casa plagada de libros que en verdad nunca leyó.
Viajan a Nueva York por un transplante de riñón, y porque Fürth ganó un premio allá con su anterior película, y eso le dejó la tranquera abierta. Nilda cumple así su sueño, y lleva la cámara filmadora para hacérselo saber a sus amigas a su regreso, para que no queden dudas de que estuvo ahí. Como hacen otros con las calcomanías de los autos que rezan “Yo estuve en Punta del Este” o el portarretrato gigante que vemos al abrir la puerta de casa, mostrando a mami y papi haciéndose los enamorados en el Cerro Otto.
Nilda reniega de que la gente común crea que EE UU no es un país tolerante, y no se cansa de alabar sus costumbres, hasta que desaparece del film en medio de un inteligente juego de lenguaje. Sin embargo, en EE UU igualmente roban, como pasa en Argentina, donde el film parece tener la necesidad de remarcarlo. Y allende las fronteras norteamericanas también pululan una serie de marginales y/o extranjeros que tienen estrategias de supervivencia reprobables, que van desde engatuzar al desgraciado que está en la lona, hasta ingeniosas y astutas maneras de vivir a modo de parásito. Estos personajes oscuros son los compañeros de andanzas de Lito, porque aún cuando sean jodidos, la marginalidad genera un grado de solidaridad apreciable. Junto a ellos, este empresario que siempre pagó a todos, siempre se comprometió y nunca le quedó debiendo un centavo a nadie –aunque los empleados de su empresa fundida lo desmientan-, junto a ellos, Lito busca sobreponerse al problema de quedarse sin reservas. Problema agravado al tener una mujer caprichosa que no sólo quiere nuevos riñones, sino también maquillaje permanente.
Todos los contrapuntos y oposiciones, asimismo, son articulados con la utilización de la cámara filmadora hogareña, un recurso narrativo bastante trillado, pero del cual no se abusa. La cámara registra lo que la clase media considera importante de atesorar, las imágenes que nos permiten acceder a su imaginario social. En manos de Lito, el ojo de la cámara deja ver el matiz propio de su sensibilidad renga, pero no escapa de las reglas que establecen lo que se debe y lo que no se debe mostrar. Por otro lado, el final de Nilda vuelve a reafirmar la oposición exterior / interior del mundo burgués: la casa se viene abajo, pero tiene un frente preciosísimo. Hasta la muerte se puede maquillar.
Fürth, considerando la cantidad de elipsis que hay en tu tratamiento de la crisis argentina, y que usaste algunas fórmulas exitosas ya probadas, a pesar de eso el resultado es respetable, y por eso tenés 7 bolitas de paraíso.
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