La comedia del poder, de Claude Chabrol

Chabrol comparte una reflexión sobre el sujeto de poder, en su doble dimensión: ser capaz de modificar otras fuerzas y estar sujeto a fuerzas que no puede manejar. Los poderosos que muestra el film tienen que tranzar para sostenerse, pero los negociados de las corporaciones le deparan jugosos dividendos, y así entre el poder económico y político hay un círculo vicioso, donde siempre queda afuera el capital intelectual, porque eso no se compra. Esos jugosos dividendos se gastan, en mayor medida, en departamentos para amantes, viajes con amantes y ropa para amantes. Para conseguir más ejemplos que los de la película no tiene que ir más lejos que a la Casa de Gobierno o Promoción Comunitaria.

Todo esto sale a relucir a partir de las investigaciones de la jueza de instrucción Jeanne Charmant-Killman (que significa, literalmente, “encantadora mata-hombres”), interpretada por la una vez más encantadora Isabelle Huppert. Entre ella y la vileza de los poderosos, capaces de creerse inocentes, hay una lucha constante por el poder, que a veces eclipsa la investigación judicial. El poder circula, no se tiene de ahora y para siempre si no se lo renueva, y no es una conquista sino una facultad. El poder corrompe, está bien, pero precisa de una voluntad que se deje. Esto es lo que marca la diferencia entra la jueza y sus oponentes, como entre lo claro y lo oscuro, demostrando una vez que el tratamiento de la imagen no se divorcia de su contenido. Si la mira, me va a entender.

Me permito extraer dos parlamentos para demostrar la universalidad de este problema, y lo cruelmente santafesino que puede ser. La jueza le pregunta al sobrino: ¿Por qué dejaste la administración pública? Y afirma: Es la autopista al éxito... Eso lo sabe cualquier vástago de esta caldeada urbe, pero al sobrino –porque es demasiado inteligente quizás- no le gustan las autopistas. Más adelante dice el abogado defensor del principal poderoso bajo la lupa: “El sector privado paga con premios y acciones. El sector público lo compensa pagando gastos personales menores.” Otra afirmación que los niñitos de Santa Fe aprenden como “La razón de sus vidas”. Y después uno piensa que entre Francia y la Argentina, entre el primer y el último mundo, hay oceánicas distancias…

Los poderosos no sólo son mediocres sino también ridículos: se bajan los pantalones y tiene calzones con dibujitos, por ejemplo. Nos figuramos a los poderosos como personas fuertes, inteligentes, decididas, capaces de permitir mientras limitan, pero los que aparecen en la película tienen alergias, se quiebran emotivamente y tienen artilugios sospechosos para eludir situaciones embarazosas. Reunidos de noche a tomar bebidas espirituosas y fumar habanos, traman estrategias obvias que les resultan como la mona.

Aunque Chabrol es reticente a aceptarlo, la película tiene muchísimos paralelismos con el affaire Elf Aquitaine, caso de corrupción de peces gordos que sacudió a Francia hace algunos años atrás. En este caso fueron descubiertos empleos ficticios de esa importante petrolera, que eran medios para cursar retribuciones por las tareas realizadas a muchos funcionarios del más alto rango, que marcharon presos por la jueza Eva Joly. En el film, este personaje femenino, con su sobrino como “sobreconciencia” y una relación perdida con su marido (lo que le costó al Director una demanda judicial de la jueza verdadera), es el centro de la historia, a la que se suma otra jueza mujer, que comparte la cruzada contra el poder masculino. Si no fuera porque se trata de una historia real, rezongaría del hecho de que esta jueza que creció desde abajo, que fue humilde y capaz de hacerse con ese poder de manera transparente, sea tan incorruptible.

El montaje, ajustado con precisión de relojero, compone asociaciones por contigüidad de objetos y colores, alternando contraposiciones entre oscuro y claro. Yo le recomiendo que la alquile, y al mirarla observe atentamente qué sucede con los cuadros que están colgados en las paredes. Así develará algunos de los trazos más finos que el maestro Chabrol trazó en el bastidor. El diseño de vestuario, cuidado para remarcar los rasgos psicológicos de los personajes, a partir de los colores y los accesorios, parece estar planeado a manera de indicios. Los guantes rojos de la jueza o las gafas del chanta, al revelar el gusto del personaje, revelan también su lugar en la narración. La música de Matthieu Chabrol, por otra parte, resbala un poco con sus recurrentes inflexiones de música incidental, en una película que no se deja encasillar dentro del género policial, ni flirtea con el suspenso.

Sr. Director, por todo esto y mucho más, tiene 8 bolitas y media, como Fellini.

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