
Con guión de su mujer, Gal Uchovsky, y dedicada a su madre, militante por la paz y los derechos humanos, este director israelí cumple los mandatos femeninos con solvencia. Nos presenta un tema poco novedoso, como es el de la histórica enemistad entre alemanes y judíos, pero lo hace con una sutileza valorable. El telón de fondo de la historia es una sociedad que cotidianiza y naturaliza la violencia, al convertirla en un rito que manda que después de un atentado terrorista la música de la radio esté de luto. Sobre ese telón de fondo se cuenta una historia donde lo público y lo privado, las creencias políticas y la vida cotidiana, la alteridad étnica y la posibilidad de amarse, dejan de ser esferas distinguibles para pasar a incardinarse de múltiples maneras.
El pasado pesa sobre la cabeza de los vivos, y en algunas sociedades más que en otras, como queda claro en esta historia donde el Mosad (así se denomina al servicio de inteligencia israelí) está a la caza de un ex jerarca nazi, abuelo de dos simpáticos y cándidos alemanes que reniegan de su parentesco. Ella, Pía (Caroline Peters) y El, Axel (Knut Berger), hacen la parte de hermanos que se reencuentran, porque él viaja de visita a Israel, donde ella decidió irse después de enterarse que el abuelo nazi estaba vivo en Argentina, y no muerto como habían hecho que crea. Su hermano viaja con el cometido de que vuelva a Berlín para la fiesta de cumpleaños de su padre, y de paso cumple el deseo de conocer Israel, una ciudad que tal vez por innombrable en su familia, es la depositaria de su imaginación.
Entre ellos se cruza Eyal (Lior Ashkenazi), un enviado del Mosad entrenado para matar, que se hace pasar por guía turístico, pero que frente a los nietos del nono se le queman los papeles. Axel, el alemancito, es un homosexual sensible, y ese dato complica más el panorama, porque no sólo se trata de judíos, alemanes y árabes que se estigmatizan entre sí, sino que también aparece el espinoso problema de la elección erótica. El film conquista dos logros en relación al tratamiento de estos temas: 1-La enemistad étnica está más insinuada que enunciada. Sabemos más lo que piensan por lo que hacen, que por lo que dicen, y esa apuesta a la sutileza por parte del director deja más lugar a la conjetura del espectador, mastica menos él y nos da más comida a nosotros. 2- La elección sexual de Eyal, el enviado del Mosad, al que uno imagina sin ninguna duda en ese aspecto, es un permanente misterio. Su virilidad demostrada en la destreza para el tiro al blanco hace cortocircuito con la encendida protección de Axel ante la estafa de un árabe, aunque la lógica de la guerra –el enemigo de mi enemigo es mi amigo-nos previene de hipótesis infundadas.
Esta sensibilidad, que prefiere la acción a la palabra, es una buena elección para un tema del que se habló y se habla tanto. La cámara cumple una función primordial de registro, sin posicionarse desde la óptica de ningún personaje, y aún así logra climas que instan a involucrarnos, por momentos. Si juntamos esta “amenidad” de la cámara con la sutileza con las que trata la enemistad étnica, podríamos convenir en que el film presenta una ética audiovisual peculiar. Para sumar méritos, la fotografía es buena y el eclecticismo musical no desentona.
Un libreto asentado sobre una máxima antropológica, demuestra que en el conocimiento del otro está la base de la convivencia. Ese proceso en que los personajes se conocen es capaz de resignificar nuestra concepción de la política, al ubicarla en las elecciones cotidianas del ciudadano de a pie. Esto no es un trabajo menor. No obstante, este planteo creo yo que merecía un mejor final, porque el péndulo que va del odio al amor es una resolución demasiado predecible. Puede hacer la prueba y poner STOP un minuto después de que el nieto ve desmoronarse el centro del problema, y dejar que lo que sigue sea otro de los ejercicios de imaginación a los que invita el film. Como dice Babasónicos, no deje que el disco lo domine, cuando es usted el que puede dominar al disco.
De igual manera, Eytan Fox, tenés tus merecidas 8 bolitas de paraíso.
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