La vie en rose, de Olivier Dahan


El problema es igual al de Gus Van Sant cuando contó Los últimos días de Kurt Cobain (ver en esta misma página): ¿Cómo seleccionar los acontecimientos más significativos de una vida para hacer la biografía audiovisual de un artista? Es incluso un problema de la filosofía del arte las relaciones que pueden existir entre la vida de un artista y el mundo de sus obras. En concreto: ¿Edith Piaf cantaba con ese sentimiento, lograba esas inigualables interpretaciones, porque había sufrido tanto? El engorro principal del film me parece que está ahí, en que la extraordinaria vida de la niña Piaf –como dice el subtítulo-, en que ese caudal de tragedias ella los padeció en casi cincuenta años de vida, y al espectador le toca digerirlos en 140 minutos.

Sumado a este catálogo de malaventurada, tenemos el segundo engorro más acuciante: la temporalidad. El film oscila entre el nacimiento y la decrepitud de Edith, nos mantiene de salto en salto, entre la juventud y el ocaso. Sería acertado si no fuera confuso. Casi siempre hablar de alguien muerto es más fácil, porque sabiendo cómo terminó se pueden encontrar las líneas que sean capaz de explicar ese proceso. La muerte organiza el relato, para decirlo en crudo. Bueno acá pasa algo de eso: Edith muere sola, despreciada como vivió. Hay una infancia que prefigura el final, la fatalidad de la segundona (¿Vió que hay gente que nacemos para ser número dos en las listas?). Pero el film empieza casi en el final y desde ahí comienza a pendular para contar los “sufrires” del gorrión de París. No hay un criterio explícito que organice el vendaval temporal, tal vez porque el tema es la vida privada –las continuidades y discontinuidades de un cuerpo que se avejenta-, y no se indaga demasiado en la trama de relaciones que la llevaron del cabaret al music hall, y de ahí a los más distinguidos escenarios de EE UU.
Edith es abandonada por su madre (cantante a la gorra), y vive gracias a su padre la experiencia del desarraigo, voyando entre abuelas desnaturalizadas y luego en el circo, donde el padre trabaja como acróbata. Toda Francia parece igual de lúgubre, aunque nunca se habla de la segunda guerra por venir, y sólo un momento se lo ve al padre en una trinchera de no se sabe dónde contra no se sabe quién. Es una elección narrativa desvincular una vida individual de un contexto histórico, pero no se puede llevar muy lejos y menos en el caso de Piaf, cuyas relaciones con la Resistencia francesa son un punto insoslayable en cualquiera de sus biografías. ¿Qué público hace de Piaf un éxito? ¿Por qué triunfar es llegar a EE UU? No estoy diciendo que una biografía sobre Piaf tenga que ser una clase de historia (nunca diría eso) sino que faltan indicios de que su vida sucedió en un tiempo histórico particular, con sus condicionamientos.
Este déficit narrativo lo salva la tensión entre biografía (o historia) y memoria, que se plantea llegando al final del film, aunque no deja de remitir a su vida privada. Edith, durante su último aliento, recuerda cosas importantes de su vida, como por ejemplo el nacimiento de su hija o la muñeca que el padre le regaló cuando era niña. Esos flashbacks transparentan que la narración es siempre un acto selectivo, que el director y la guionista dejaron cosas afuera para contar la historia que ellos quisieron contar. De esta manera, se deja en poder del personaje la posibilidad de otra selección de acontecimientos significativos, es decir, aunque no deja de ser una manipulación, se da la posibilidad de que el personaje contradiga al narrador. Así, al final se humaniza un poco a la autoritaria, drogadicta y derrochona que según el film fue la niña Piaf.
En esta explicación de la sensibilidad de Edith -que se podría decir poco mítica si no fuera porque ella misma se preocupó por exagerar sus infortunios y fabricar el mito-, lo que queda claro es que con talento se puede zafar de una vida ruin. Otro ejemplo de la mujer que se hace a sí misma, que triunfa en medio de un sistema que aprieta pero no ahorca. Un talento conseguido, al parecer, a base de sufrimiento no elegido, es el don que fricciona con los intentos de educar a la cantante como intérprete, de pulir su teatralidad. En el conflicto “talento vs educación” del artista, lo que naturaleza no da salamanca no lo presta. En conclusión, querido artista, si no tiene razones para sufrir, invéntelas.
El film puede agradar, además, por la excelente actuación de Marion Cotillard, que es imperdible de principio a fin. La banda sonora con la voz de la mismísima Edith y un trabajo de caracterización por medio del maquillaje tan excelente como el trabajo actoral. Le damos 7 bolitas de paraíso como una gratitud desmedida. Total, la Piaf no se arrepiente de nada.



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