La pasión de Beethoven, de Agnieska Holland


Voy a empezar por el final, por subvertir. La película es bastante buena en la propuesta de cámara, en la ambientación histórica y la banda sonora, aunque las actuaciones son muy flojas, a los personajes les falta alma en cada pose. Más allá de eso, estoy convencido de que el potencial del film está en otro lugar. Es un film indicado para usted profesora, que busca “material audiovisual” como recurso didáctico para ilustrar a los energúmenos que tiene como alumnos. Con esta película no puede explicar las primeras décadas del siglo XIX, no sea ansiosa, para eso no es muy indicado el film. Antes bien, resulta más provechoso si se lo utiliza para mostrar cómo funciona el ambiente artístico en relación con el público espectador. Ahí está más bien la clave; en ese sentido pueden leerse la serie de oposiciones que dan forma a las relaciones humanas del film.
Tenemos la oposición entre el artista consagrado y la novata; que a la vez son un hombre y una mujer previos a la liberación sexual. Tenemos por un lado el artista apasionado, conectado son sus sentimientos, y por otro la estructura, la novata académica; una oposición similar a la del genio creativo y el artista-obrero. Tenemos también la desilusión amorosa y la expectativa; otra versión de la oposición viejo cascarrabias y jovencita grácil. En esta trama bien tejida –o, al menos, no tejida como en el nuevo culebrón de Solita Silveyra, donde las oposiciones también son muy muy nítidas-; en esta trama, además, se puede observar la importancia de las conexiones en el mundo artístico, es decir, la evaluación estratégica que es capaz de sostener un vínculo a pesar de las humillaciones, y el padrinazgo del poder, y los artistas que trabajan para el lord...como Triferto, bien santafesino.
Vamos por partes. El problema de la emergencia de lo nuevo en arte es de considerable importancia. Siempre lo que descoloca hace cimbrar los cimientos, y por consiguiente, inquieta a los consagrados, más cuando son o se creen genios de su arte. Por eso, si sos nuevo y no tenés un ala que te cobije, hay que hacer mucha bulla para lograr ser visto y abrirse camino. Si tenés a un Beethoven que te apuntale, que te acerque al poder con sus conciertos, el trabajo es más simple. Pero igual no es la compañía lo que hace al artista, que si no tiene un mundo interior considerable puede ser amigo hasta de Buda y no tener resultados. El film muestra una forma típica de ingreso individual al mundo del arte previa a la implementada por los grupos de artistas de vanguardia, que entraban en bandada y casi siempre renegaban de todo el pasado. La joven grácil es musicalmente mediocre, pero es la copista de Beethoven, y eso ya es chapa. Como hacer teatro con Raúl Kreig en Santa Fe, donde no hay ningún Beethoven.
La oposición entre la pasión y la academia es otro tópico recurrente entre los artistas. Lo mismo que la supuesta división entre los que tienen trayectoria en su disciplina y los estudiados. Esta valoración positiva de la dimensión sentimental (de la pasión, de la espontaneidad, del mundo interior), y su contrapartida, la subvaloración del intelecto, son parte de una tradición intelectual moderna que los divorció, échenle la culpa a Descartes o al que sea. Ese mismo divorcio sirve a los artistas para cuidar su quinta de seres sensibles abocados a cultivar sus emociones; y a los intelectuales para escrachar a los artistas por desestimar el oficio de leer e investigar seriamente. Como si la experiencia estética no implicara ambas cosas a la vez, cabeza y corazón sin problemas de cartel como los que tienen las vedettes; como si Fernando Pessoa no hubiera hablado de la “inteligencia del sentir” y reunido las dos cosas en la misma sensibilidad.
La espinosa cuestión del padrinazgo suscita controversias. En el caso del film, parece que la chica inexperta logra escuchar la fuga gracias a Beethoven, el genio que mientras la humilla le ayuda a liberar su creatividad acartonada. Entonces es diferente a la actual omnipresencia del subsidio, básicamente por dos cosas: el subsidio se disfraza de gestión pública pero responde a redes privadas de amistad –en este caso lo de Beethoven es más transparente, porque no hay una ficción de igualdad porque medie el Estado entre los dos personajes-; y porque el padrino, a diferencia del subsidio, ayuda a parir el hecho creativo desde el comienzo, lo promueve, no se aboca a explotar el resultado. Fíjese entonces, profesora, como un film puede ayudarla a que sus vástagos entiendan la magnitud de los cambios históricos. Para que sus alumnos con vocación de artistas vayan entendiendo a los antecesores de quienes serán sus contrincantes.
Por último, entre miles de otros temas que se pueden tratar, nos queda la relación artista-público. Hacia el final de sus días, Beethoven apuesta por desestabilizar la armonía a la cual se ha acostumbrado el oído de su público. Plantea una ruptura dentro de su propia obra. Estos gestos suelen acompañarse de una doble reacción, que me parece que va más allá de la distinción clásica entre comercial o de vanguardia. Beethoven no es alguien que está fuera del establishment artístico y desea entrar haciéndose el raro, sino que al interior del establishment mismo se propone ensanchar el horizonte de expectativas de su público. El film, que trata los últimos días de Beethoven, no da muchos indicios para entender esta necesidad de cambio del artista en relación con su trayectoria. Pareciera ser un ejemplo más de que es un viejo sordo y gagá. Acá es cuando me parece que la visión sociológica de entender la ruptura como forma de distinguirse del resto de los artistas (que es lo que está debajo de casi todos los planteos sobre arte comercial o de vanguardia) no es buena. Que hay que entender las búsquedas del artista en relación con su vida personal, que hay cuestiones que no tienen que ver con el poder o con la sociedad, sino con la humanidad de uno. Si esa búsqueda es fructífera, aunque tu público contemporáneo te rechace, lo sabrá la posteridad. Lo importante, como lo hace Beethoven, es saber a quién y cuándo postrarse y suplicar, y a quién no.
Le damos ocho bolitas de paraíso.

No hay comentarios: