Encarnación, de Anahí Berneri

Siempre que dirige una mujer se dice que construye una mirada femenina, como si con eso fuera suficiente para decir algo. El problema es cuando el guión lo escriben dos varones junto con la directora: ¿Eso le resta femineidad? Lo mismo que tiene de ridículo la pregunta lo tiene sostener que este film de Berneri tiene una mirada femenina sobre el mundo de una mujer. Personalmente, yo no creo que la sensibilidad o la capacidad de mirar tengan un sexo o una sexualidad. Antes que en eso, la diferencia autoral se funda en la selección de aspectos que contar de un personaje mediático y popular, y en la selección de la cámara, que repara en detalles reveladores para la historia que cuenta.

Nos cuentan la historia de una diva popular venida a menos, que no necesita alardear en público para ser recordada, pero que en su soledad precisa reafirmar quién fue, porque para el ambiente artístico es una actriz que ya no cuenta. Esa dualidad entre el personaje público y el privado, es explotada por los guionistas haciéndola volver a su lugar de origen, para el cumpleaños de quince de la sobrina. En el interior de Buenos Aires la fama tiene otra temporalidad, por eso puede ganarse bonificaciones por haber sido una actriz de cine clase “B”, que en capital pocos recuerdan. Así, al hacerla viajar, la despegan de ese mundo en decadencia de actriz sin trabajo, para ahondar en otra faceta de su vida personal. En esta dimensión vulgar -o más humana- la vida privada derriba los mitos del personaje público: se muestra la inestabilidad e intriga que abunda en su relación con los hombres (o como es que la diva elige de amante al gordo peludo antes que al pendejo hermoso y exitoso); se muestra la relación de competencia que establece con otras mujeres (hermana y sobrina) y se muestran los contratiempos de un pasado tan iluminado.
La luz blanca liga su pasado y su presente, como un resabio molesto. Si antes la luz era útil para hacerse ver mejor en el cine y en el teatro, ahora le produce un malestar visual, resultado de tanta exposición. Berneri refuerza este punto de varias formas a partir de la inspección ocular, poniendo a la actriz en instancias que la instigan a hacer el duelo por la fama perdida: la luz de la linterna, los rayos de la tormenta, el vestido blanco de su sobrina. La inseguridad que produce este duelo por hacerse, la desvalorización que sufre como mujer pública, se contrarresta con la competencia por el mismo hombre que mantiene solapadamente con su sobrina. Ganarse al joven que flechó el corazón de su sobrina le permite sentirse en carrera, sentirse deseada en privado mientras se lo niega su público. Por algunas sugerencias del film, se puede pensar que esta situación de competencia por el joven con su sobrina, es la repetición de un episodio previo con su hermana, compitiendo por quien ahora es su cuñado.
No obstante, con su hermana la competencia principal es de otra naturaleza. Entre ellas hay una herencia que arreglar, un problema económico que afronta tarde o temprano quien padece una familia. La herencia vuelve a plantear la relación pasado-presente como resabio y molestia. Entre las hermanas hay una brecha irreductible, como lo hay entre la ama de casa y la vedette. Que tía y sobrina usen el mismo talle de ropa y compartan los gustos de vestuario son indicadores de una competencia instalada. Puestas las hermanas frente a frente se libra una batalla muy cuidada, sin ningún golpe bajo pero encarnizada. Sus opciones de vida y sus oportunidades las enfrentan, aunque la desilusión pareciera unirlas.
Berneri vuelve al ruedo con el relato biográfico, luego de su exitosa ópera prima Un año sin amor, donde mostró las peripecias de un enfermo de sida explorando diferentes bordes de su erotismo. Ahora vuelve con la biografía pero esta vez planteando la tensión entre mostrar y representar, porque hay un juego de ida y vuelta entre lo que el público sabe de Silvia Pérez –la partenaire de Olmedo- y lo que se ficcionaliza. La importancia que se le atribuye al personaje alrededor del cual gira todo lo sucedido, está contrapesada con una actuación excelente por parte de Pérez, que en cada mirada consuma la tensión entre la imagen de mujer fatal y su fragilidad. La actriz vuelve a mostrar sus partes pudendas, esta vez al servicio de una historia muy bien contada.
Le damos a Encarnación 9 bolitas de paraíso.


1 comentario:

David Cotos dijo...

Me ha provocado ver la cinta, tiene buena pinta luego de leerte.